jueves, 7 de abril de 2011

Nuestras Bases: cuestiones estratégicas


(a) El fracaso de los precedentes: «frentes amplios» o «vinculaciones sociales»
Constatamos que todos los intentos encaminados a crear «frentes amplios» obviando la cuestión de la alineación e identificación básica enemigo-amigo, no sólo ante el Sistema, sino ni siquiera ante el Régimen, han sido inútiles, cuando no contraproducentes. La obsesión por sumar, reunir como sea o lograr hipotéticas unidades de acción con más elementos, empujó a buscar coincidencias hasta con los «residuos» reactivos del Sistema. No sólo se aceptó la alianza con «inconformistas» con el poder público de turno que lo eran por motivos secundarios, rivalidades o disgustos personales, sino, incluso, con quienes critican a los dirigentes políticos del momento por su «debilidad» o «buenismo» ante los enemigos del «Mundo Libre». La situación era un disparate ¿Cómo se puede pretender formar un frente común o buscar la unidad de acción entre disidentes o revolucionarios de un lado, y demandantes de un poder más reaccionario, más duro o prosistémico del otro?

Pero la obsesión por buscar «unidades» llevó a un disparate aún mayor que intentar sumar posi-cionamientos e ideas radicalmente contrapuestas: se buscaron compromisos con sectores que carecían siquiera de criterios políticos. Y es que, en la sociedad española, existen especies cuyo gran objetivo en la vida social es lo lúdico-político, o lo festival-religioso, que dedican su tiempo libre a mantener mitemas o «memorias», a ondear banderas con unos colores u otros o a recordar símbolos, fechas o agravios pasados. Que la principal demanda de bastantes simpatizantes o «afines» fuera que una militancia perdiera el tiempo en estas tareas, lo dice todo.
Otra vía propuesta para romper el muro de silencio fue la «vinculación social». Constatamos que ésta tampoco llevó a nada positivo. La propuesta pecaba de una sobrevaloración del elemento afectivo. Estaba dirigida a atraer gente «corriente», sin definición política, a través del «roce» personal con militantes en actividades sociales con bajo perfil político o sin perspectiva política alguna. Los militantes debían vincularse a ONGs, asociaciones vecinales, gabinetes literarios, clubes, deportivos, sindicatos... y una vez demostrada su «normalidad», podían invitar a sus conocidos a proseguir la «carrera asociacionista» o «participativa» en el movimiento político. No se buscaba atraer con propuestas y perspectivas políticas, sino a través del afecto generado por la participación común en asociaciones de diverso tipo. Se olvidaba algo básico: la lucha política es mucho más que «participar» en grupos que responden a circunstancias particulares y sectoriales: es actuar comprendiendo que todo tiene relación con el todo, con la política. Esos intentos inútiles se producían por culpa de la idealización de los cauces sociológicos o de los elementos sociales «naturales».

Claro es que esas ideas partían de responder afirmativamente a una pregunta de praxis política: ¿Es posible actuar dentro del Régimen? Pero el fallo no residía tanto en la respuesta afirmativa, sino en la formulación del cómo se debía o podía actuar dentro del Régimen. Pues ni los criterios adoptados para una praxis política dentro del Régimen eran realistas (o por lo menos sinceros), ni el análisis de las condiciones objetivas generales resistía la prueba más sencilla de rigor, ni se tenía nada claro, ante todo, cuales eran las condiciones subjetivas mínimas para reunirse o «romper el muro», tanto por parte de los activistas, como por parte del tipo de personas a quienes habría que atraer o formar un frente común.

(b) La opción de moda: el «transversalismo»
De un tiempo a esta parte, se viene presentando como opción el «transversalismo»: la búsqueda de causas y metas coyunturales donde puedan coincidir gente de espacios o «tradiciones» políticas diversas. Lo que se propone es el lanzamiento de propuestas concretas sobre problemas muy determinados, de una forma que puedan «atravesar» prejuicios sociológicos, barreras ideológicas o inercias históricas, y que lleguen satisfactoriamente a sectores de población con inquietudes, inclinaciones o pasiones diferentes e, incluso, opuestas.

Por supuesto que buscar causas, metas o propuestas concretas que puedan compartir gentes de tendencias sociológicas o políticas diferentes no sólo resulta lícito sino, incluso, necesario para poder actuar políticamente. Ahora bien, el problema surge por la misma gran causa que provocó el fracaso de «frentes amplios» o «vinculaciones sociales»: la coincidencia en asuntos de coyuntura o parciales no puede esconder mucho tiempo la discrepancia radical en cuestiones fundamentales. Aquellos que perciben claramente la necesidad de generar posturas de oposición global al Sistema, pueden utilizar (mejor sería decir que deben utilizar) tantos argumentos transversales como vean oportunos y sean necesarios con el fin de «remover» y «soliviantar» al mayor número de nuestros contemporáneos, pero no pueden aglutinar o levantar una fuerza tomando como base esos argumentos o las personas que han sido atraídas sólo por esos motivos.

Esto sería construir sobre barro. No ha dado resultado con ningún grupo alternativo. Puede ser efectivo para una fuerza política surgida del régimen, aprovechando, entre otras circunstancias, las distancias ideológicas mínimas entre sus «Tenazas». Éstos sí pueden ser «transversales», pues las líneas que escogen para «atravesar» el campo político son cortas, ya que van dirigidas a una amplia masa que no cuestiona el modelo de sociedad. Para nosotros la «transversalidad» podrá practicarse una vez asentado un movimiento político, con dirigentes y cuadros mínimamente identificados con las causas rectoras del movimiento, capaces de seleccionar e instruir a los elementos atraídos por esas causas «transversales». Insistimos que tal estrategia puede emplearse, pero para después, en una fase avanzada, no en los inicios.


(a) La superación de un falso debate
Durante años se estuvo agitando, como gran descubrimiento político, la denominada «autonomía histórica». Tal fue la carta principal jugada por varios grupos en contraposición a otros: los llamados «partidos históricos». Como señala uno de sus ideólogos: la «autonomía histórica» era el principio de razón suficiente de los primeros con respecto a los segundos. Por ello, los partidos con autonomía histórica no podían tener compromiso alguno con los históricos, pues eso sería traicionar su principal razón de ser: la misma autonomía histórica.

Ha pasado el tiempo, y hoy casi nadie debate por esta distinción política. Pero ello no es porque, por fin, se haya asumido o se tenga ya clara esta diferencia. Sencillamente es que ya no importa. ¿Acaso las razones esgrimidas para justificar esta distancia tajante con los «partidos históricos» han perdido hoy validez? Si observamos los argumentos y el curso de los hechos, hallamos que los llamados partidos con «autonomía histórica» jamás cuestionaron los fundamentos políticos o nacionales en los que se basaban los «partidos históricos» con quienes, supuestamente, marcaban distancias. Nunca discutieron, en serio, más que sobre preferencias tácticas: si mantenerse fieles a unas formas y seguir ligados abiertamente a referencias históricas determinadas, o si desprenderse de esas formas para presentarse en público «limpios de connotaciones del pasado». El debate nunca fue otra cosa que una simple disyuntiva táctica: entre la necedad que supone acudir a la escena política con siglas, signos y figuras identificadas con un pasado públicamente denostado, y la necesidad de acudir en público con un lavado o abandono completo de tales formas.

Por tanto, nunca hubo distinción, examen o revisión seria de contenidos u objetivos, sino un debate estético. Y si atendemos a los hechos, durante estos años hemos visto a partidos con autonomía histórica utilizar referencias, signos, figuras y acontecimientos abiertamente ligados a partidos históricos. Por ahí un grupo con autonomía histórica se coaligaba con siglas «históricas»; acá el cabecilla de otra «autohistoria», publica y vende libros de movimientos y personajes del pasado histórico, significándose hasta el extremo de sufrir condenas judiciales por ello; por allí el dirigente de otra autonomía histórica se deja filmar en su despacho con retratos y banderas «históricas»; y por allá la televisión sorprende al responsable de un partido con autonomía histórica hablando muy bien de figuras históricas malditas y diciendo que muy a su pesar no puede reivindicarlas en público... Es decir, todo esto ha consistido en una táctica vulgar que, encima, sus defensores no han mantenido.

En conclusión: hemos tenido otro falso debate lanzado como globo-sonda para medir las reacciones de unos, las respuestas de otros y los efectos en más allá. Querían averiguar si, manteniendo durante una temporada la táctica de la «autonomía histórica», se lograban los objetivos siguientes: el primero, comprobar si podían aparecer bajo el manto de «lo nuevo» («lo nuevo es bueno») y ser tomados como tal por los extraños (aparatos mediáticos, partidos parlamentarios e investigadores); el segundo objetivo era ver a cuántos despistados conseguían, con esa táctica, atraer a sus posiciones; y, conociendo la existencia de muchos burgueses vergonzantes que, en la intimidad, son afectos a la «memoria» y mitemas de los «partidos históricos», pero sin el coraje para participar en estos grupos, temerosos de verse «manchados» e identificados con formas denostadas, el tercer objetivo era descubrir a cuántos de esos asustadizos vergonzantes lograban «recuperar» con un «nuevo formato».

Y todo esto buscando la forma de hacerlo de tal modo que sus miembros iniciales de esos grupos, pro-venientes prácticamente en su totalidad de los residuos «históricos», no se resintieran demasiado. En definitiva: la «autonomía histórica» fue una patraña para mantener un doble discurso y encubrir los postulados de siempre: los mismos que tenían los «partidos históricos». El globo sonda se ha retirado en la práctica (aunque de vez en cuando alguno lo vuelva a sacar) y el falso debate ha sido superado por ausencia o desaparición.


Tres tremendos errores de naturaleza en su constitución misma, consecuencia inevitable de tres formas erróneas de encarar el mundo y estar en sociedad, han lastrado enormemente a muchos grupos e individualidades, y los han precipitado a la nada. Tres grandes errores porque olvidan la misma perspectiva política en el pensar, en el hablar y en el actuar.

(a) El culturalismo: de la nada a la nada mientras unos se incorporaban a las Tenazas del Régimen
El primer callejón sin salida lo han constituido los grupos o foros culturalistas. Ha sido el propio de los «metapolíticos», los que gustan de lo «intelectual», debatir y «estudiar». Por supuesto es necesario que los disidentes se formen, adquieran conocimientos, despierten más inquietudes y que aprendan a debatir yendo al fondo de las cosas. Pero esta formación y estos debates no sirven de nada si no se proyectan al exterior, si no se corresponden con una línea de agitación para más personas, si no se «baja a la arena» de los problemas cruciales que inquietan y afectan a la gente, para dar respuestas a esos problemas.

Sabemos que «hacen falta células de personas intelectualmente bien preparadas». Pero esa preparación intelectual sirve para no perder el norte en el «fregado» de los acontecimientos, para no hacerle el juego al adversario y para realizar con éxito la «adaptación divergente». Es decir, todo debate cultural, histórico o psicológico, o cualquier conocimiento adquirido, o se aplica para suministrar medios rectos de combate y forjar el carácter de hombres y comunidades para la resistencia, o no sirve de nada. La formación intelectual es necesaria para fundamentar la lucha. Si no hay lucha, todo ese conocimiento es maldito, inútil.

La formación intelectual ha de señalar qué somos o qué pretendemos ser y, sobre todo (pues el entorno es dialógico y somos antagónicos al Sistema) para señalar siempre qué no somos. Pero si se enseña y se «conoce la teoría» y no se actúa de forma natural en coherencia, entonces una de dos: o realmente «no se cree en la película» («todos son palabras para ocultar nuestra miseria») o la teoría es un cuento gringo. La formación, o sirve para reafirmar qué es lo que somos, y actuar en consecuencia con lo que decimos que somos, o es cháchara ociosa. La teoría, o sirve para explicar cómo se encuentra el mundo que nos ha tocado vivir, para posicionarnos correctamente en él (y contra él), o no sirve de nada. El debate, o sirve para entender por qué luchamos y por qué actúa el Sistema de la forma en que actúa en cada circunstancia, definiendo sus características y atributos actuales, o no nos vale para nada. La cultura, o sirve para tener claro cómo se lucha y contra qué luchamos, y para cubrir puestos en la lucha, o se puede tirar todo a la basura.

Constatamos que los círculos, publicaciones culturales o los foros permanentes de debate, comprendidos los verbalmente más «radicales», incluso los que permanecen más tiempo «en el candelero», no llevan más que a continuas divagaciones sin proyección práctica, a mantener largas discusiones que, encima, se repiten en un bucle. Los círculos y las publicaciones culturales, históricas o de otro cariz, tienen su lugar legítimo y necesario, pero siempre que sirvan para ayudar a diagnosticar los problemas que han de tratarse por el bien común, y las causas de esos problemas, en todo momento sirviendo como munición o complemento de una acción organizada y de una agitación que se proyecte en lenguaje llano, y sin dejar de ser, jamás, un factor subordinado para las tribunas que den respuestas a situaciones, necesidades y problemas vitales del presente.

Ésta sería la función recta de los círculos o foros de debate: ayudar a ganar una perspectiva política ofreciendo análisis de los males sectoriales o parciales relacionándolos con lo global y facilitando la comprensión de los hechos concretos para llegar al origen de los mismos: en primera instancia, el Régimen; en segunda, los marcos internacionales hegemónicos e imperialistas; y en última instancia, el Sistema occidental post-moderno. Es decir, constituirse en factor formativo que ayude a mantener, simultáneamente, los otros dos factores: la agitación y la organización.

Constatamos también la facilidad con la que ciertos intelectuales que «han pasado» por la disidencia, explicando procesos, publicando manifiestos «contra esto y lo otro» (y alguno hasta formulando manuales de comportamiento disidente), han acabado colaborando con los canales que sustentan el «Núcleo Duro» del Sistema. En este caso sus tareas sí han tenido una proyección práctica: además de resolver sus economías personales, sirven para adornar las «jornadas de odio» de los «centinelas de Occidente», para ampliar ligeramente las perspectivas de los «Perros del Poder» (poder que va más allá del ejecutivo de turno, pues los perros son rabiosamente hostiles al «capataz» si «no da la talla» ante sus amos) y para que la apología mas fanática del Sistema se vea «matizada» inocuamente (cumpliendo así el papel de «poli bueno»). Estos intelectuales son emisores de críticas inocuas (aunque sean emitidas con grandes broncas) y cuando no, formulan ocurrencias que incluso refuerzan de forma auxiliar, o «exótica», la secuencia de conformación del pensamiento «más duro» o «políticamente incorrecto», de tal modo que este pensamiento tenga algo de «condimento» o una «gama de sabores» para su mejor digestión por las masas.

(b) La trampa de Intenet
Cuando apareció «Internet», muchos creyeron (o trataron de hacer creer) que ésta constituiría la gran herramienta para llegar al público, soñando que serviría como medio definitivo e imparable para extender sus ideas y fines entre las masas. Grupos e individualidades que se consideraban (o se llamaban) radicales, antisistemas o revolucionarios, entraron en una red creada por el propio Sistema, y en la práctica (pues participaron en ella) aceptaron los mismos objetivos que anunciaba la red y la propia filosofía que emanaba de ésta: era el «lugar más democrático» y el «campo abierto» que ofrecía «infinitas oportunidades».

En Internet podría funcionar, por fin, «de forma pura», sin obstáculos, la famosa «Ley de la libre oferta y demanda», ley que, en las transacciones de la calle, en la «vida cotidiana», no funciona mucho por la existencia de diversos tipos de barreras. En Internet desaparecían la mayor parte de las desventajas económicas y otros impedimentos y dificultades físicas. Todos advertían que, al pasar los años, aumentaría el número de personas con acceso a Internet. Como casi toda la población tendría, más tarde o más temprano, acceso a la red, más grupos y personas podrían «ofertar» sus productos y demandarlos en «libre concurrencia» a través de ella. En resumen: como Internet era el cumplimiento del sueño del «Libre Mercado», los «enemigos del Sistema» podían aprovecharse de ello.

Constatamos que, como era de esperar, el Sistema no creó alegremente una herramienta para autodestruirse. Y más cuando es un medio dirigido específicamente al uso y abuso individual. La Gran Red no ha sido la gran herramienta para extender revolución alguna, sino otra gran herramienta de «pacificación social». Cualquier revolución o agitación se queda en virtual y deviene en algo inocuo, ya que, por muy «rebelde» que sea el mensaje, éste sale en pantalla, es decir: aparece como espectáculo. Lo que se creyó iba a ser la gran herramienta para la divulgación y agitación, ha sido la gran trampa. La Gran Red ha sido, en efecto, la gran red para atrapar a muchos. Si las habitaciones donde se ve televisión se han convertido en el mayor exilio de la «vida social», Internet se ha convertido en el mayor exilio de la «actividad política y social» de nuestro mundo.

Internet ha propiciado la multiplicación de foros, blogias, portales, enlaces, diarios digitales... Pero esa misma multiplicación ha generado una situación donde impera la dispersión y la ausencia de orientaciones mínimas, claras y comunitarias, donde los lugares que logran mantener una base firme y coherente se hallan sumergidos en una selva donde predominan las vulgaridades, derivas, confusiones, «spam» y «troyanos» ideológicos. En correspondencia con esta dispersión masiva social e ideológica, la Gran Red no sólo no ha facilitado ninguna coordinación o dirección operativa para centrar esfuerzos, sino que los ha desperdigado, desperdiciándolos como agua en un colador.

La propia forma de esta herramienta (con unos formatos menos propicios que otros) es más perjudicial que beneficiosa, pues, por su propia estructura, facilita la dispersión, propicia el encapsulamiento personal y atrapa a la gente en el engaño confortable de «la pantalla y yo».

El cine y la televisión nos acomodaron a la «imagen espectáculo» y a «sentir» historias donde todo empezaba, transcurría y finalizaba en dos horas u hora y media. El cine, y sobre todo la televisión, han provocado que los debates de las tribunas públicas y la misma «historia» hayan quedado reducidas a ciertas «imágenes», y que nos moleste dedicar algo de tiempo al estudio y análisis del presente que los iconos nos representa y encubre. La aparición posterior de más canales de televisión nos habituaron al «zapping», a no soportar intervalos, y a cambiar continuamente de relatos e «historias» donde apenas logramos seguir atentamente alguna de ellas. Esto ha provocado que nos acostumbremos a no perseverar ni terminar tarea alguna.

Tantos canales (antes analógicos y ahora unos cuantos más digitales) sólo han venido rellenando la misma pantalla plana, que transmite al público el mismo plano de credulidad cómoda y, a la vez, de escepticismo conformista (tanto la credulidad como el escepticismo dominantes son caras de la misma moneda: la apatía social). En general, la Gran Red, no ha hecho más que generar mayor pasividad en los usuarios y facilitar la confusión de la realidad con la virtualidad. Es resumen: Internet ha propiciado, todavía más, el individualismo, la intolerancia ante el esfuerzo, el ansia de inmediatez, el autoengaño y la credulidad y el escepticismo confortable. Y, como no, el anonimato ha favorecido la estupidez y la cobardía de los villanos a la hora de «tratar» con los demás.

Por muy buenos documentos, datos, reflexiones y debates que se cuelguen o se produzcan en la red (esto no lo ponemos en duda en ningún momento), y por mucho que puedan servir para una formación adecuada o como elementos factibles para la agitación, si no existe un mínimo de orden y disciplina en el seguimiento de los mismos, para luego convocar, articular y organizar a los enlazados, nos hallaremos ante foros de debate permanente o emisoras de consignas sin repercusión que no llevan más que a continuas divagaciones o a repetir explicaciones sin proyección práctica.

Internet es un medio, tremendamente útil debido a características como su agilidad, su inmediatez y, sobre todo, su increíble y desbordante capacidad de albergar información, pero es un medio secundario. La Gran Red sólo puede servir como útil complementario de la formación (la cual definimos como «muchas ideas complejas, tanto fundamentales como técnicas, para pocos») y como «antesala» de la agitación (que podemos definir como «pocas ideas, sencillas y claras, para muchos»). Y siempre y cuando exista una comunidad militante que respalde y sepa utilizar en su favor tal herramienta, una organización mínima «no digital» (que se mantenga y no actúe improvisadamente) que avance junto a tal herramienta. Si esta organización no se produce, la formación y la agitación son nulas.

(c) La agitación activista - oportunista: de la nada a la nada pasando por la unidad de quemados
Y el gran error del polo opuesto ha sido el activismo, que puede ser «sindical», «vecinal», «juvenil» o «marginal-macarra». Los fenómenos activistas (caigan o no en la violencia, esto es irrelevante) se caracterizan por la ausencia de previsión, de proyecto político, de programa o, incluso, de posibilidades de elaborarlo. El activismo es lo que más gusta a muchos con «ganas de marcha», que se «aburren» si no ven «acción inmediata». Pero junto a los activistas tenemos espectadores que se animan si «ven marcha». Mientras lo que le queda al «activista protagonista» es acometer la acción por la acción, sobre todo si se exhibe, lo que aprueba el «espectador del activismo» es contemplar esa acción improvisada. Lo único que ambos desean ver son éxitos instantáneos, y recordar, después, esos golpes instantáneos que fueron, inevitablemente, «flor de medio minuto». Unos acometen mientras otros jalean acciones oportunistas sin estrategia y sin perspectiva histórica. Muchos bien sabían que el activismo no conducía a nada, pero se han dejado arrastrar por los «marchosos» para no «defraudar». Otros supuestos «responsables» también sabían que la agitación activista no lleva a nada, pero amparaban la indisciplina porque así mantenían apoyos. Vemos que los «marchosos» no tardan en desaparecer de la circulación. Es imperativo negarse a «movidas» sin perspectiva política ni plan alguno, y disuadir a los que están en ellas.

Pues otro de los motivos que explican el páramo político de la disidencia española o los grupos alternativos es que se han quemado durante mucho tiempo esfuerzos y recursos humanos sin sentido. La agitación activista ha provocado «unidades de quemados». Muchos eran elementos inservibles, que sólo se acercaban movidos por impulsos, querencias sentimentales y fobias particulares, y así seguían arrastrando a otros en una deriva penosa. Pero otros elementos podían haber sido militantes válidos. Todos han acabado de la misma forma: en la nada de «la unidad de quemados» o subsistiendo en circos patéticos virtuales u oportunismos «pseudo-real-políticos».


Nada hemos visto hasta ahora en ellos porque nada podemos esperar del activismo. Los milagros existen, pero éstos no dependen de nuestra voluntad.

(d) Los tres factores
Como hemos señalado, para que cualquier comunidad militante tenga una mínima consistencia, es necesario que se den, simultáneamente, estos tres factores: Formación, Agitación y Organización. Si cualquiera de estos factores es nulo, todo el producto es nulo. Es más, si un sólo factor es nulo, cada uno de los factores se convierte asimismo en nulo.

(º1) La Formación
En primer lugar, donde se informe sobre qué somos. Es necesaria una labor de formación a nivel de la doctrina, es decir, en el Orden de los fundamentos. Es imperativo que todos asuman que existe un solo eje desde el «vértice» (desde el Orden de los fundamentos) hasta el Orden de la acción. Todos los militantes han de tener más o menos clara la «unidad vertical» señalada en el tercer apartado («Cuestiones Ideológicas») de esas tres ideas-fuerza («Socialismo; Redefinición de España; Estado Laico») y la lucha, nacional o internacional, de los pueblos contra los opresores globalitarios («Apoyo crítico a los movimientos de Liberación Nacional») pues, como advertimos en ese apartado, esas ideas-fuerza, y ese apoyo internacional, ni pueden defenderse preferentemente en el plano ideal, ni únicamente desde la ética, ni en términos meramente socio-económicos, ni hablando solamente de «política real», sino todo ello a la vez. Quien olvida cualquiera de estos planos representa un problema.

No cabe duda que, formándose en el Orden de los fundamentos, «pocos serán los escogidos», pero se ha de estimular a cuantos se pueda, y dejar claro, siempre, esa «unidad vertical». Ante todo no se puede permitir que se asuman funciones de responsabilidad sin haber obtenido la cualificación ideológica suficiente para ello. Sólo teniendo claros los fundamentos se podrá ganar la homogeneidad básica en la comunidad militante. No hay cosa más práctica para el Orden de la acción que conocer los principios. Quien desprecie los principios actúa en favor del Enemigo.

En segundo lugar, donde se informe sobre qué queremos. Las tres ideas fuerza que exponemos en «Cuestiones Ideológicas» se hallan, propiamente, en el nivel de los objetivos, es decir, en el Orden de los fines. Al igual que la «unidad vertical» citada, debe también quedar clara la «unidad horizontal» de nuestras tres ideas fuerza, y la relación estrechísima de una lucha nacional con el apoyo internacional a los movimientos y estados que luchan contra el criminal-imperialismo, pues significan facetas de una misma e indivisible lucha por la alternativa. Cualquier sustracción de una de estas facetas no sólo invalida el conjunto sino que anula completamente cada una de sus partes, y nos veremos con otra impostura más del Enemigo Directo y del Enemigo Mayor que señalaremos en el apartado próximo II.6 («Frente al Régimen y sus instituciones»). El eje es único, como el mundo es único y, por tanto, la lucha es también única.

De este Orden de los fines partirá la agitación, pues serán los fines y el análisis de las situaciones, los que van a marcar la elección de las ideas más sencillas para difundir e insistir en ellas.

Y en tercer lugar, donde se analice con qué y con quién contamos. Donde, continuamente, se examine el nivel de los recursos, tanto humanos, como técnicos, como económicos, como de conocimientos. Es decir, una formación que trate del Orden de los medios. Este orden de los medios se encuentra estrechamente ligado con las labores de organización.

(º2) La Agitación
Como señalamos, la agitación consiste en lanzar pocas ideas y consignas, sencillas y diáfanas, para muchos. Aunque sea a través de la transmisión de muchos datos y de noticias variadas, o de comentarios más o menos extensos, todas esas noticias y comentarios han de darse reiterando unas pocas ideas, unas consignas de muy sencilla comprensión para la mayoría.

La agitación no puede depender nunca del oportunismo (aunque sí de la oportunidad) ni de las ocurrencias. Y menos por atender intereses parciales o sentimentalismos particulares que no ayuden a reforzar el eje que señalamos. Esas ideas y consignas han de servir, en cualquier momento, para identificar el eje de las tres ideas fuerza, para entender como propia la causa de los pueblos oprimidos que luchan contra los opresores, y, como explicamos en el apartado oportuno, para ayudar a comprender las críticas de la adaptación divergente.

Será la comunidad militante, a través de sus órganos, quienes señalen las líneas maestras de la agitación. Quienes lleven los «medios» o salgan a la calle deben seguir estas líneas maestras, que han de señalarse de forma clara y precisa tantas veces como podamos.

(º3) La Organización
La organización es una necesidad. Dotarse de una estructura de funcionamiento y seguimiento para conjuntar y dirigir nuestras voluntades a la consecución de los objetivos que nos marquemos. La organización es lo contrario del individualismo, el oportunismo y la improvisación. Señalamos que este factor está estrechamente ligado con el nivel de los recursos, con el orden de los medios. Pero, aún más, la organización está estrechamente ligada al plano de lo «Que tenemos que hacer», con el nivel de la acción. Es decir, con el Orden de la Táctica.

La Organización y el nivel de la Acción van, por tanto, indisolublemente unidos. Por eso rechazamos el activismo y el oportunismo, el «hacer algo por hacer algo». Hay que tener esto tan claro como que sin agua no hay vida posible. Sin organización ni preparación no hay acción que valga la pena


(a) Hacia el Partido de Cuadros
Un futuro partido de cuadros no debe aparecer como el producto exterior de una actividad «social», sino como resultado de la capacitación y la toma de conciencia de una masa crítica suficiente que ha conseguido agruparse en torno a unas ideas claras y actuar en consecuencia. Una comunidad que sepa que sólo la acción decidida de un colectivo organizado y comprometido puede abrir brecha en el muro impuesto por el Poder y consentido, por el momento, por la masa social, así como mantener la continuidad y la dirección recta de la lucha.

Antes, durante y después de la convergencia de las primeras inteligencias individuales y de las voluntades suficientes para ponerse en marcha, los cuadros del frente deben ser diáfanos, ante sí mismos y ante el exterior, en cuanto a quien «actúa»: no hablaremos en nombre de la Nación ni del Mundo en general ni de la Especie, ni seremos la voz de la «gente corriente», ni de ningún grupo marginal, ni representaremos a las clases oprimidas, explotadas o arrojadas del «Modo de producción capitalista». Por supuesto, hablaremos siempre como parte activa del pueblo español real (y recalcamos lo de «real», no del pueblo español imaginario ni esencial) que se encuentra sometido y atenazado, en primer lugar, por el Régimen, y en última instancia, por el Capitalismo Globalitario. Nos manifestaremos como parte comprometida del mundo, y seguiremos llamando a la masa de dominados, explotados y arrojados por la Clase dominante, para que tomen conciencia de quién los tiene alienados o quién les ha arrojado del «Estado-Mercado de Bienestar». Menos aún seremos portavoces ni de generaciones, ni de etnias, ni demás clasificaciones humanas inconsistentes propias de mitomaniacos, como tampoco hablaremos en nombre de abstracciones como el Progreso, la Libertad, la Razón o la Identidad, consignas con ínfulas de universalidad u objetividad cuando son expresiones de simples subjetivismos o particularismos que quieren imponerse totalitariamente o desviar la atención de la realidad.

No seremos vanguardia de nada ni portavoces de nadie. Somos españoles que no sólo detestan esta sociedad que nos ha tocado vivir, sino que deciden pasar de lamentaciones y constituirse en fuerza de oposición radical. En el plano nacional, no sólo somos «desafectos», sino hostiles, en primer lugar a las patrañas del Régimen. Pero hostiles tanto con las que provienen oficialmente de los órganos del «Triángulo Central» del Régimen (derechistas, progresistas y nacionalistas, siendo otra falsedad que el actual régimen surge en oposición al anterior) como ofensivos con los timos y cuentos de los subproductos residuales de ultraderecha o extremaizquierda (siendo otra patraña, alimentada por todos ellos, la fisura entre «nacionales», «demócratas» y «extrema izquierda»).

Pero como españoles de oposición radical, vemos más allá de los «contenedores y farolas del barrio», y no nos cegamos en la «oposición local», sino que, inevitablemente, somos una fuerza de oposición global. Enemigos del Régimen, y enemigos del «modelo de incivilización» global que nos ha tocado padecer, modelo que no es otro que el «extremo-occidental» (consecuencia y fase terminal del occidental), que no sólo destruye y devora bienes materiales y vidas humanas fuera del «Prilmer Mundo», sino que destruye y devora los bienes y vidas de aquí mismo, como actualmente muchos pueden comprobar alrededor, ya que, con la crisis, «se acabó la fiesta».

Toda fuerza de oposición seria debe dar el salto histórico de romper con inconformismos parciales, pseudo-disidencias y falsas posiciones «antisistema», expresiones de disgustos particulares ante una variante de lo «Establecido», cuando no son, sencillamente, estafas o trampas para incautos. Una cosa es que la disidencia se sirva de ellos para llegar a más gente. Pero no se puede dar crédito alguno a inconformismos reduccionistas, falsas disidencias y parodias antisistemas. Sin duda éste es un juego difícil y peligroso, donde es fácil caer en el extremismo o el reformismo (igual de prosistémicos) pero para eso se necesitan auténticos cuadros revolucionarios. Al tiempo que se les utiliza coyunturalmente, nada evita que se denuncien incansablemente sus posiciones falsarias.

VEl fin último: el partido de masas

(a) El camino electoral ahora
Ahora tal camino no es posible. Como señalamos, antes se debe formar una comunidad militante. Pero un partido de masas debe ser el objetivo final, preparándose para poder organizarlo cuando sea factible. Por eso, la comunidad que se forme ha de ser una escuela de cuadros que sepa dirigirse tanto a unos pocos, más preparados y conscientes, como capaz de lanzar pocos mensajes sencillos a los españoles en general, haciendo que reconozcan la situación actual, relacionando lo particular con lo global, y convoncándolos a la tarea de transformar radicalmente no sólo situaciones sectoriales, o la realidad nacional, sino la situación del mundo actual, pues, hoy más que ayer, las realidades sectoriales y nacionales están estrechamente relacionadas con la realidad global.
Como hemos señalado, «el mundo es único y la lucha es también única», pero junto a ello no diremos «Otro mundo es posible», sino que lanzamos la consigna de «Otro mundo es cuestión de vida o muerte». U «Otro mundo existe, y está contra éste».

VI Frente al Régimen y sus instituciones

(a) El Enemigo Directo

Como ya hemos señalado en «Análisis del ámbito estatal», para cualquier alternativa, el enemigo directo es este Régimen. Sus instituciones parlamentarias, judiciales, sus dieciocho gobiernos, la monarquía, los partidos políticos del mismo, no representan el adversario político sino el enemigo inmediato, el «Frente de Fuerzas» establecidas sobre nosotros aquí y ahora. Las instituciones del Régimen constitucional (aunque la Constitución no deja muchas veces de ser papel mojado) desde los jueces de la Audiencia Nacional hasta los subsecretarios de los gobiernos regionales y los altos mandos militares y policiales, lo tienen también muy claro. El problema es que demasiados supuestos «rebeldes», «inconformistas» y «revolucionarios» españoles nunca lo tuvieron claro.

Junto a las instituciones oficiales, en sintonía con o sobre ellas, actúan los antes llamados «Poderes Fácticos» corporativos o privados, «nacionales» o «multinacionales» (capital y banca no tienen patria). Todo aquel que presente enemigos diferentes o no tengan relación con éstos ha de ser denunciado, sin piedad, como agente enemigo destinado a confundir, engañar, desviar y enredar a los que pueden tomar conciencia de los males del régimen. Denunciar a los «enredadores» y enturbiadores (nutren la ultraderecha y la infraizquierda) cuya tarea consiste en señalar falsos objetivos y fomentar divisiones o choques antisociales (interétnicos, territoriales, lingüísticos o religiosos) como parte de la estrategia de la «Guerra Social», es un imperativo revolucionario.

(b) El Enemigo Mayor

Otra necesidad imperativa es denunciar dos tipos de «españolismos»: a los patrioteros cipayos que piden que España «juegue en Champions» y «tenga más peso en el mundo» como sicaria del criminal-imperialismo; y a los «nacional-domésticos», por su obtusa o interesada ceguera respecto al peso determinante de las dinámicas globales, pues es ineludible tomar postura ante «el peso del mundo en España», como hemos explicado en «Análisis del ámbito mundial». Cuando llamamos al reconocimiento de la situación actual (para luego pasar a la tarea de transformarla) hay que mostrar que la Monarquía de partidos está estrechamente ligada al marco internacional hegemónico, y no sólo porque la realidad nacional está más estrechamente relacionada con la global, sino porque sobre el Régimen español actúa el Estado-Mercado Atlántico, representado sobre todo por los Estados Unidos, del cual este Régimen es colonia por elección ajena, pero también propia. El Estado-Mercado Atlántico es, por tanto, nuestro Enemigo Mayor.