jueves, 7 de abril de 2011

Nuestras Bases: Cuestiones ideológicas



(a) El eje de la alternativa comunitaria
Existe acuerdo para definir la alternativa comunitaria como Socialismo Patriótico. Para evitar que éste se convierta en otro palabro vacío de contenido, presto a ser utilizado por cualquier desaprensivo vendedor de humo del Régimen (sobre todo por sus extremos políticos) señalamos que el Socialismo Patriótico está unido indisolublemente a tres ideas fuerza: la primera es la Redefinición de España (y asimismo la de Europa) y qué misiones y objetivos pretendemos para ellas; la segunda es la República laica, entendida como Estado supra-confesional, no laicista; y la tercera es el Socialismo como única alternativa posible de convivencia socio-económica. Éste no puede defenderse sólo en términos socio-económicos (éste ha sido el error de muchos, lo que ha provocado en buena medida el fracaso de bastantes experiencias y la desbandada final de fuerzas políticas y sociales inicialmente socialistas) y también ha de quedar siempre claro que República laica supraconfesional, Comunidad Nacional y Comunidad-Proyecto significan facetas del mismo Socialismo. Cualquier sustracción de una de estas facetas invalida enteramente tanto el carácter socialista como el atributo patriótico, y nos encontraremos con otra estafa pseudopolítica más.

Es sencillo de entender: no hay Justicia sin Patria, ni Patria sin Justicia. Y para que, en la actual etapa histórica, existan Patria y Justicia, es necesario luchar por el Socialismo. Y para obtener una comunidad socialista es imprescindible abogar por una Comunidad-Proyecto y una República laica ante modelos identitarios (sean seculares o confesionales) es decir, abogar por un «Estado Político» que se oponga, resueltamente, tanto al «Estado-Mercado» imperante como al «Estado Étnico».

Y aunque el Socialismo no puede agotarse en un modelo económico y exige también una ética, para que exista Socialismo se debe imponer una orientación política práctica que busque transformar necesariamente, de un modo u otro, las estructuras del modelo económico capitalista. Si no hay socialización de los medios de producción y distribución y, sobre todo, del sistema financiero, de los sectores estratégicos, de las grandes concentraciones oligopólicas y de todos los servicios públicos, no hay socialismo que valga. Y una Comunidad-Proyecto, un Estado laico, implica un «Imperium», por encima de oscuras «unidades» identitarias, sean éstas étnicas, genéticas, culturales, religiosas, lingüísticas, costumbristas, memoriales, iconográficas o fóbicas (frustraciones, miedos u odios «ancestrales» que, siempre, son inducidos expresamente por ciertas instancias), hechos que pertenecen al ámbito del «Dominium».

(b) Socialismo
Es importante aclarar que existe un único socialismo. Las tendencias, escuelas o movimientos de acción en que, históricamente, se ha dividido el socialismo son manifestaciones políticamente diferentes, cuando no desviaciones de un origen común. Afirmamos esa continuidad ideológica y condenamos las desviaciones y enfrentamientos sufridos por el socialismo en la historia.

Por tanto, si nos preguntan si consideramos al marxismo dentro de esta categoría común, la respuesta es que por supuesto que sí. El asumir la continuidad ideológica con todas las formas de Socialismo Comunitario y Revolucionario surgidas en el seno de nuestros pueblos significa uno de los pasos más importantes para redefinir lo esencial de nuestra propuesta político-cultural. Lo que implica dotarse de unos instrumentos críticos más amplios y efectivos que los usados hasta ahora, nos atrevemos a decir, por casi todos los socialistas.

Esto significa también romper muros muy compactos levantados por la incomprensión, por la desidia y, sobre todo, por la falsedad durante más de dos siglos. Los muros del capitalismo han dividido a nuestros pueblos de tal manera que apenas podemos ver más allá de los cercos mentales que han comprimido nuestro pensamiento crítico y nuestro espíritu rebelde. Por lo pronto, el marxismo tuvo el valor de reunir y desarrollar tres características básicas que el Socialismo Patriótico asume:

(º1) El socialismo como anhelo de justicia y de lucha por un mundo mejor
Somos socialistas porque ni nos desentendemos de angustias sociales urgentes, ni de la idea de construir una sociedad más justa y mejor. Marx y varios de sus discípulos expresaron seriamente ese anhelo de justicia y de lucha por un mundo mejor, y por ello se sacrificaron muchos miembros del movimiento obrero y sindical inspirados por él. Aunque el socialismo comunitario tenga un aspecto «ético», avisamos que muchos han querido convertir tal aspecto en diluyente de una acción metódica para la construcción de una comunidad socialista. Desde ese supuesto «socialismo ético» han derivado en un «socialismo estético» para soslayar la cuestión principal que señalamos: un socialismo que no tiene una orientación política práctica y no busque transformar, de un modo u otro, las estructuras mismas de la sociedad capitalista, no es socialismo.

(º2) El socialismo es una alternativa global al sistema social capitalista
Hemos insistido en que el socialismo, o es una alternativa global al sistema social dominante, el capitalista, o no es socialismo. Dado que el capitalismo tiene un carácter esencialmente economicista, necesariamente, su alternativa tendrá que hacer frente a esa esencia economicista.

Por ello, la crítica a la economía política del capitalismo es fundamental, porque es la crítica a su propia esencia. Como avisamos, el socialismo debe ser más que economía, sin duda. Pero es que el capitalismo también lo es. Sin embargo, donde gravita el capitalismo es en sus fundamentos ideológicos económicos que hacen que todo el sistema social gire alrededor del subsistema económico, cúspide del Sistema, y factor decisivo para la aparición de su modelo antropológico.

Aunque la crítica a la economía política burguesa y capitalista es antigua, los primeros en sistematizar esa crítica son las obras económicas de Marx y de varios discípulos suyos. Tales obras no están exentas de errores, sobre todo por contaminación ideológica de las corrientes racionalistas burguesas de la época de Marx, pero siguen teniendo gran valor para sistematizar la crítica a la economía política capitalista. Nos referimos a la obra estrictamente económica de su madurez. La anterior de Marx, sus textos más filosóficos y políticos, tienen poco valor y son las que han marcado el «marxismo» como ideología política. También condenamos el maximalismo del marxismo ante otras tendencias socialistas, y rechazamos, sobre todo, su óptica racionalista burguesa que, al final, ha terminado volviéndose en su contra. Pero su análisis de la sociedad burguesa, su denuncia implacable de la opresión y de las ideologías opresivas, y su crítica sistemática de la economía capitalista, hacen que el socialismo científico sea de gran valor para todos los socialistas.

Así pues, una crítica superficial de algunos aspectos metodológicos, críticos y políticos del socialismo científico sobra entre nosotros cuando se hace desde posiciones humanistas, liberales o reaccionarias. Nosotros no caeremos en esa trampa.

(º3) El alcance del capitalismo va mucho más allá de la esfera económica
El Sistema Capitalista significa el triunfo de la «economización» de las vidas mediante la devaluación de todos los demás elementos de la existencia. El capitalismo metamorfosea las actividades, deseos e interacciones de la gente en «necesidades» cuya satisfacción requiere la intermediación del mercado. El capitalismo es un proyecto economizador totalitario. Así pues, esta sociedad es una «sociedad de mercaderes» no sólo porque esté basada en el intercambio comercial, sino porque en ella opera una suerte de «mentalidad colectiva», un conjunto de valores que caracterizan todas las demás instituciones que, supuestamente, están más allá de la economía. Con el capitalismo los valores del mercado determinan el comportamiento de todas las esferas sociales.

Por tanto, el alcance del Sistema Capitalista (que, como hemos venido señalando anteriormente, ya es globalitario) va mucho más allá de la mera esfera económica en la medida en que su consolidación interna e instauración a escala mundial supone una verdadera mutación antropológica: la reducción de cualquier valor al valor mercantil y el empobrecimiento brutal que de ello resulta.

Marx no sólo ha sido uno de los primeros en exponer, de forma convincente, cómo el capitalismo organiza la expropiación de los productores sobre la cual se funda. Ha sido también quien, de forma óptima, ha entendido que el capitalismo es un sistema antropológico, mucho más que un sistema puramente económico. Las páginas maestras que Karl Marx dedica al «fetichismo de la mercancía», a partir de las cuales Lukács ha podido formular el concepto de «Reificación», ilustran perfectamente el modo en que la apropiación de la Tierra por el Capital introduce una verdadera «cosificación de las relaciones sociales, donde el hombre no es sólo sometido a la mercancía sino que es el hombre mismo quien se transforma en mercancía».

Este dispositivo recuerda lo que Heidegger señaló acerca del sistema de fuga hacia adelante en lo ilimitado. Junto a sus enseñanzas valiosas, Marx falla al sobrevalorar la mera economía, cosa que lleva a esperar el advenimiento de otra forma de organización económica, en lugar de cuestionar la economía misma como valor (punto donde, a través de Ricardo, sigue dependiendo de la escuela clásica). Desarrolla también una filosofía lineal de la historia que es sólo una transposición profana del historicismo cristiano. Marx subraya justamente la realidad de las luchas de clase, pero se equivoca viendo en éstas el motor de toda la historia humana. Marx entendió muy bien que la clase que detenta el capital encuentra en la acumulación del capital la fuente de su poder, y que las fuerzas productivas se desarrollan siguiendo la estela de la soberanía de esta clase. Pero se equivocó al caracterizar a la burguesía como la clase que detenta los medios de producción, sin ver que era también, y sobre todo, portadora de valores nuevos.

(º4) Las seis condiciones necesarias para el socialismo
Para que exista el socialismo, se deben dar seis condiciones necesarias. Si falta una cualquiera de estas seis condiciones no hay socialismo:

4.1. Dentro de una comunidad el socialismo exige que las necesidades colectivas estén por encima de los intereses individuales, sean éstos intereses de particulares, sectoriales o de grupo.

4.2. Además, el socialismo exige que el subsistema económico quede supeditado al poder político (el Estado de la comunidad popular)

4.3. El socialismo exige un principio de racionalidad frente a la anárquica producción capitalista: la planificación.

4.4. Asimismo, el socialismo exige la desaparición de la división social en base a clases económicas.

4.5. El socialismo exige que el trabajo (en todas sus formas) sea el factor fundamental de la economía política.

4.6. Y, por último, el socialismo exige que deje de funcionar la teoría del valor-trabajo en la economía política.

(c) Redefinición de España
Es urgente exponer una idea de Patria para los españoles no sólo distinta sino antagónica tanto al «Patriotismo Constitucional», como al «País Progresista» o lúdico-festivo, como ante cualquier formato «nuevo» de los conceptos típicos de España usados por las variantes de «Derecha nacional».

(º1) Proyecto de comunidad frente a Proyecto de sociedad
El Socialismo Patriótico defiende una Comunidad-Proyecto, y eso implica, ya se ha escrito, un «Imperium». Esto no indica que estemos cerca de la «España Constitucional». Ésta, en teoría, implica también un Estado-Proyecto, pero basado en una «sociedad» como agregación de individuos, no en una comunidad. Sabemos que el «Patriotismo Constitucional» se presentó como presunta alternativa al nacionalismo y al españolismo esencialista (aunque éste se está mixturando ya con el primero bajo la recreación neocons: ahora existe un esencialismo neotradicionalista liberal-exaltado). Puesto que rechazamos también estos esencialismos, podría verse que hay otro motivo de convergencia con el «Patriotismo Constitucional». Conviene recordar que este «patriotismo», en la práctica, es algo en lo que casi nadie cree. Aunque reconozcamos algunas coincidencias, por ejemplo, con el «Patriotismo Jacobino» (el «eje del mal» para los nacionalismos reaccionarios), vemos que muy poco tiene que ver con la «España constitucional».
Sin embargo, la diferencia principal es que el Socialismo Patriótico enarbola un patriotismo de resistencia popular y anticapitalista, cuya meta sea una Comunidad basada en la Justicia y una Patria asociada a la atención de las necesidades del conjunto de la nación (es decir: de los más, de los españoles reales) frente a los intereses de la oligarquía (de los menos).

(º2) Patriotismo crítico con la España real y antagónico a la España oficial
El Socialismo Patriótico es también ajeno al triunfalismo «nacionalero» progresista que celebra esta España «sacada de su aislamiento», «país de tolerancia», «modelo de leyes avanzadas» o escenario de acontecimientos célebres. En efecto, España no se halla aislada pues está incardinada en una Europa políticamente incapaz y subalterna, porque mantiene desde hace décadas una posición servil hacia el imperialismo usaco, y porque el pueblo español en general es «angloamérica-dependiente». Las leyes de las que presume la propaganda oficial no son otra cosa que signos de decadencia, mudanzas de imagen para «ser más modernos», golpes de distracción, confusión social, y medidas que reflejan el creciente endurecimiento del Régimen por la convergencia entre el conformismo de la impostura progresista y «sesentayochista» y la ofensiva ultraliberal y represiva del capitalismo globalitario, todo inmerso en una enorme hipocresía. Y casi todos los «acontecimientos» en suelo español con repercusión externa son de naturaleza circense o lúdica-festiva: la España que tanto se «expone» fuera es la «España de la Fiesta».

Afirmamos que si el patriotismo no es crítico con las situaciones miserables de la España real, no es patriotismo. Y si no es antagónico con el circo envilecedor y falsificador de la España oficial nada tendrá que ver con él.

(º3) Patriotismo enemigo de los esencialismos nacionalistas
El Socialismo Patriótico no es otra reedición de esa escuela ambigua que declaraba que «en lo social nos acercamos a la izquierda, y en lo nacional nos posicionamos en la derecha». Esto era imposible, y fue un engendro que, por mucha sensibilidad y orientación social que anunciara tener, aunque tal fuera plasmada en puntos programáticos, y también por mucha dimensión «espiritual» que dijeran defender, irremediablemente se revelaron siempre en la derecha. Nuestra concepción de la Patria es radicalmente contraria a las mismas ideas «nacionales» de cualquier variante de la derecha (tardointegrista, etnicista o liberal; sea apareciendo como españolista o antiespañola).

España no tiene, ni tuvo jamás, una sola identidad distinta de su expresión política y estatal manifestada en el complejo devenir histórico. Si exceptuamos la «identidad» del mundo occidental y globalizado que sumerge todo el planeta, no hay más «identidad» española que la política y jurídica. Advertimos que, históricamente, los enemigos más dañinos del recto concepto de Patria han sido, especialmente, esas ideas nacionalistas sostenidas por las derechas, que han pretendido subordinar el Estado y a los pueblos de España a unos esencialismos, apelando a supuestas identidades fijas (seculares o confesionales) o a una historia lineal y unívoca.

Afirmamos que todos los esencialismos y exclusivismos (étnico, nacionalista, racial, religioso, historicista, etc.) que pretenden «Estados-Étnicos» no sólo representan atentados contra la comunidad política, sino también contra la identidad y la diversidad de los pueblos de España, de Europa y del resto del planeta con tanta fuerza (si no más) que la civilización capitalista, mundialista y disolvente propia del Estado-Mercado donde la soberanía reside, por entero, en los bloques oligárquicos burgueses convertidos en plutocracias. Los exclusivismos («naturalistas», historicistas o sectarios) representan perfectamente la otra punta de la tenaza del mismo proceso de disolución, atomización, alienación y homogeneización acelerada promovido por las ideologías «ambientalistas», igualitarias y mundialistas.

(º4) La importancia práctica de la redefinición y la revisión histórica de España
España, como todas las demás naciones del mundo, es fruto de procesos históricos donde han confluido pueblos, identidades, fuerzas, acciones humanas y circunstancias múltiples. Insistimos que España no consiste en una realidad geográfica, étnica, lingüística o racial fija y permanente: España es, esencialmente, una realidad y una realización histórica. Ninguna nación ni grupo de naciones ha sido (ni podría serlo) el resultado de la espontaneidad o expresión de una herencia natural, o de una identidad unívoca o inmutable.

Y al igual que afirmamos que las naciones no son unidades principalmente naturales (espontáneas o heredadas) ni realidades distintas o autónomas de la voluntad de los hombres y de la acción histórica de las uniones políticas que las han creado y conformado, también afirmamos que las uniones históricas que han conformado las naciones no han seguido una sola «tradición», ni han mantenido la misma tendencia unívoca a lo largo del tiempo.

Sólo un simplista, anticuado y antinacional historicismo puede pretender reducir, o asociar en exclusiva, toda la historia de una nación a un desarrollo lineal. Es completamente absurdo considerar una nación como un bloque único en el tiempo que no admite revisiones. Una visión libre de prejuicios no sólo sabe reconocer, en la historia de cualquier nación o conjunto de pueblos, posibilidades múltiples, e incluso, contrapuestas entre sí (que, en cierto modo, reflejan otras tantas «tradiciones» nacionales) sino que también se da cuenta de la importancia práctica que tal reconocimiento tiene para la acción en el presente y en el futuro.

(d) República laica supraconfesional
La tercera idea-fuerza, la República laica integradora, es otra faceta indisoluble de la Comunidad-Proyecto, del «Imperium». Antes de seguir, recordamos el grave problema que representa no sólo la pérdida del sentido de las palabras, sino la subversión literal de las definiciones en Occidente, debido al proceso constante de «neolenguaje» practicado por sus agentes, que confunden e impiden la comunicación normal a la hora de analizar, explicar y proponer las cosas. Uno de los términos más maleados es «laico» y «laicidad», ya que, tanto por parte de grupos sectarios como de fuerzas antirreligiosas, cuando esgrimen tales términos están abogando por una cruzada contra otra religión o contra cualquier manifestación de sacralidad. Así, para ellos, laicidad no es sinónimo de neutralidad o imparcialidad, sino de beligerancia laicista y sectaria contra unas religiones concretas o contra todas ellas.

Lo que tenemos, con las reclamaciones de laicidad, es lo que suele ocurrir en el «Mundo Libre»: lo que esconden muchas reclamaciones de defensa de la libertad no es la libertad para todos, sino la libertad exclusivamente para unos; de igual forma, muchos que hablan de neutralidad del Estado y de laicidad están enmascarando la defensa del laicismo, entendido como herramienta de combate antirreligioso (antirreligioso real) para erradicar cualquier manifestación pública del fenómeno religioso o de otras confesiones.

(º1) Clericalismo y laicismo: primos hermanos
Ante el enturbiamiento general propiciado por la «Ceremonia de la Confusión» que vivimos, aclaramos que los asuntos del laicismo y del clericalismo, de la laicidad y de la confesionalidad, y de la indiferencia y la religiosidad, son de naturaleza bien distinta, ya que son manifestaciones de tres planos diferentes. Laicismo y clericalismo se mueven en el orden ideológico con claras implicaciones político-sociales. Laicidad y confesionalidad guardan un componente ideológico (aunque no tienen porqué identificarse con las ideologías antes citadas), pero se refieren al espacio político-institucional. Por último, la indiferencia y la religiosidad son hechos pertenecientes a un orden de fenómenos totalmente distintos de los antedichos: el antropológico. Por desgracia, en la vida diaria y la sociedad del espectáculo estos planos se entremezclan. No interesa distinguir las cosas, sino dar rienda suelta a las filias y fobias de cada clientela «laica» o «religiosa».

Clericales y laicistas comparten como base de su posición el resentimiento y la fobia por todo lo que no comprenden ni quieren entender, sentimientos que tendrán orígenes ligeramente distintos, pero que en realidad les hace igualmente insoportables y engreídos, quejumbrosos y sectarios, victimistas y patéticos. Clericales y laicistas son presentados como polos antágonicos y así lo creen ellos. En realidad, son primos hermanos.

Porque los laicistas son la versión postmoderna y pijo-progre de un clerical, sólo que en lugar de tener un dios y seguir los símbolos con devoción o por interés, buscan circuitos de inserción, enchufe y seguidismo propios de la sociedad ultraliberal del espectáculo donde se reconocen, y a la que quieren «limpiar» de residuos «oscuros». Por su parte, los clericales son, en realidad, los precursores más bien torpes y moralistas de la desacralización y el nihilismo pasivo que hoy completa y consuma la lógica del desarraigo y el universalismo abstracto. No obstante, la desaparición del clericalismo es cosa de tiempo y en pocas décadas su clientela se verá reducida a expresiones anecdóticas. Y no por «la inevitable marcha del progreso» sino por los nuevos modelos de consumo, el triunfo de los lenguajes publicitarios y la abolición de toda pregunta que no pueda ser satisfecha con la tarjeta de crédito (aunque ésta fuera de una «entidad religiosa»).
El laicismo es un fenómeno que corre paralelo a la creciente afirmación del egotismo puro en el que ninguna instancia está por encima de las «decisiones» (más bien caprichos, ocurrencias y deseos inducidos) del individuo atomizado al que los medios de manipulación, las agencias publicitarias, el discurso oficial y las campañas electorales convencen que es «libre».

El laicismo es uno de los envoltorios con que se presenta el nihilismo pasivo. Es una pseudo-religión de resentidos que, sin embargo, se acomodan en el desorden establecido y desplazan, como los extremistas, las prioridades políticas hacia sus obsesiones personales. El laicismo no reconoce sus antecedentes pero el hecho que un hijo no reconozca a su padre (o viceversa) no cambia el vínculo genético existente entre ambos.

(º2) El socialismo comunitario ante el hecho religioso
Quede claro que nuestra alternativa laica no sólo no es antirreligiosa, sino que se atreve a considerar, con la seriedad que merece, el fenómeno religioso y la dimensión espiritual en el hombre. Y ello por dos motivos de vida o muerte, perentorios para nuestro pueblo y el planeta:
En primer lugar para entender (cosa que el laicismo es incapaz) cómo se viene instrumentalizando y pervirtiendo lo religioso, y cómo su carga imaginaria simbólica sentimental resulta muy útil al Sistema en múltiples ocasiones y sentidos (por ejemplo, para apoyar la tesis del Choque de Civilizaciones, esconder las causas de la miseria provocada por el neocolonialismo, demonizar naciones víctimas del imperialismo usaco, o justificar «limpiezas» étnicas como la ejecutada por el sionismo). Sólo reconociendo correctamente los fenómenos religiosos puede combatirse la instrumentalización y contrarrestar la perversión de los mismos por el Sistema. Éste es otro aspecto que nos distingue de los simplistas, como los que han querido acabar con las guerras condenando la violencia y suprimiendo las armas, o impedir las facciones políticas fomentando la despolitización de los pueblos, «soluciones» que han venido a ser como intentar acabar con los accidentes mortales de tráfico prohibiendo las ruedas, o apelando al «buen rollo» o al «talante» entre automóviles.

Y en segundo lugar, porque reconocemos que el hombre tiene una articulación tripartita: espiritu, alma y cuerpo. Afirmamos asimismo la primacía del Espíritu no sólo sobre lo físico, sino, sobre todo, sobre lo psíquico y anímico. Observamos que las religiones han sido hechos fundamentales en el devenir humano. La función principal y legítima de las mismas ha consistido en ofrecer métodos de realización personal que unifiquen al hombre, que le permitan el dominio sobre sí mismo y lo puedan liberar de las presiones exteriores.

Confirmamos que toda visión legítima y no reduccionista del mundo jamás ha considerado la vida como un simple juego de factores materiales. Lo espiritual ha sido resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos. La civilización materialista (no necesariamente atea: pues se puede ser ateo e idealista; de la misma forma que muchos son «creyentes» y profundamente materialistas, como vemos actualmente) no ha hecho más que crear sucedáneos para estrangular o desviar este resorte. En la medida en que las religiones han recordado esta dimensión fundamental, han tenido un papel justo y necesario.

Vemos absurdo y contrario a la naturaleza constitutiva y auténtica del hecho religioso la imposición a la fuerza o la coacción de las conciencias, por parte de cualquier creencia o práctica religiosa. Pero sobre todo indicamos como totalmente contrario a la República Comunitaria cualquier intento en tal sentido, a corto o largo plazo. Nos da igual que ese objetivo se pretenda desde posiciones dogmáticas («obligación moral de reconocer» que tal fe u otra es «la única y verdadera»); o que tal propósito se anuncie ofreciendo pretextos utilitarios para buscar la paz, la seguridad, o la cohesión nacional (criterios igualitaristas que sostienen que la paz social, la seguridad y la cohesión nacional se consiguen a través de la uniformización y anulando completamente las personalidades e inquietudes de los miembros de una sociedad; es la creencia absurda que «si los átomos fueran exactamente iguales, no habría motivo para conflictos entre ellos»); o que ese fin se justifique con posiciones historicistas («exigencia de fidelidad a una línea unívoca de nuestros antepasa-dos o de anteriores ocupantes de un territorio»); o que se den hipócritas excusas humanitarias (última variante del acoso sectario) porque otras confesiones «van contra los derechos humanos», dadas precisamente para conculcar los tan presumidos derechos fundamentales de las personas.

(º3) Ante el pasado y presente de la religión en Europa y de los europeos
Sabemos que durante mucho tiempo, en casi todos los Estados europeos, se consideró y se trató a los hombres como súbditos y se voó normal que estuvieran obligados a adoptar la misma religión que la del príncipe (o adoptar el príncipe la religión de la mayoría de sus súbditos). Como todo el edificio político y la unidad del reino descansaba en las lealtades personales, se estimaba que las diferencias de creencias, ritos y códigos morales rompían esos lazos de unión basados en tales lealtades.

Recordamos que, para el Patriotismo crítico, que algo se hiciera en el pasado (y fue tan sólo un pasado entre otros pasados) no ha supuesto jamás punto alguno para aceptar que se deba repetir o defender. Para nosotros «el pasado no es peso ni traba», sino, en todo caso, acicate para «emular lo mejor». Como cantaban algunos combatienetes en la Guerra Civil reflejando la absurda posición de los tradicionalistas: «si mi padre se tirara de lo alto de un balcón, yo también me tiraría por seguir la tradición».

Con el triunfo de las Revoluciones Atlánticas el hombre se convirtió en ciudadano y sujeto individual de unos derechos y deberes establecidos por una misteriosa «Voluntad General», con sus contratos y convenciones sociales. Al menos en apariencia, al ciudadano no se le obligaba ni se le impedía ninguna aceptación religiosa: se le pedían unas obligaciones «contractuales» privadas y unas obligaciones públicas seculares. Pero aquel ciudadano era un ser reducido a la condición de «socio», un «átomo agregado» con derechos y deberes privados y con derechos y deberes impuestos, presuntamente, por la «Voluntad General» (en el fondo, por la soberanía de la clase capitalista) y a la búsqueda supuesta del bienestar (en realidad, a la búsqueda de mayor beneficio para la oligarquía).

Frente a las concepciones de súbdito y de ciudadano-agregado, nosotros afirmamos el concepto de miembro de la Comunidad o ciudadano comunitario. En tanto y cuanto que la Comunidad que ofrecemos afirma la primacía del resorte espiritual sobre las simples condiciones materiales, la necesidad de recuperar el sentido espiritual en la existencia, restaurar la unidad en el hombre y lograr el equilibrio con la naturaleza y lo Sagrado, nuestra República trasciende los límites (sin anularlos) de cada adscripción religiosa: no busca la cohabitación social y estatal entre hombres y pueblos de distinta religión o sin religión negando la dimensión de lo Sagrado, como hace el laicismo, sino la unidad y la plena cooperación de los mismos afirmando esa dimensión y remitiendo a cada esfera «celular» la resolución de las relaciones entre esa persona y lo Sagrado. Nuestra República resuelve el problema trascendiendo los límites de cada ads-cripción religiosa: todo dentro de la Comunidad-Proyecto, nada, excepto los que niegan sectariamente a los demás (con excusas profanas o dogmáticas) fuera de la Comunidad-Proyecto.

(º4) Nuestra propuesta de Estado Laico
Creemos que proponiendo una estricta separación del Estado de las distintas confesiones religiosas existentes en España, es posible avanzar en el Socialismo Patriótico, al igual que la resistencia al Sistema debe constituirse aparte y conducirse independientemente respecto de las diferentes confesiones. La separación debe establecerse desde el plano de igualdad. Esto significa que para el Socialismo Patriótico, aún reconociendo que unas tienen mayor presencia social que otras, esto no se traduce en preferencias. El Socialismo Patriótico se dirige a todos los españoles por igual, creyentes, agnósticos o ateos, de la fe mayoritaria o de las minoritarias. Si no fuera así, ni sería socialismo ni sería patriótico.

Dentro de los parámetros ideológicos de la Comunidad-Proyecto, creemos que la educación compete eminentemente al Estado Político. Esto significa que impulsaremos, dentro de un proceso lógico y coherente con otras propuestas, que la República asuma de forma progresiva la tarea de formar a las futuras generaciones en los valores de Justicia, Libertad, Solidaridad y Complementariedad. Referente a la formación religiosa creemos que eso es competencia de las distintas confesiones y no materia docente. En consecuencia serán las distintas confesiones quienes se doten de los mecanismos oportunos para cubrir la demanda de sus feligreses.

Vemos necesario el establecimiento de políticas que permitan la normal convivencia de las confesiones religiosas presentes en España y en Europa, y de normas que diseñen el marco de actuación de las instituciones religiosas y sus clérigos, estableciendo claramente la diferencia entre su labor de apostolado, y una labor ideológica político social. Aquí sí que debemos entrar nosotros, sin titubeos, cuando las declaraciones o acciones de los representantes religiosos atenten contra nuestros valores y las necesidades comunitarias.


(a) Frente a la adaptación sistémica la adaptación alternativa
Tanto para hacer política como para, sencillamente, comprender la situación en la que vivimos, son necesarios un compromiso y una metodología de análisis realistas. Puesto que el Sistema se ha ido adaptando, sucediéndose por fases y metamorfoseándose a lo largo del siglo XX y principios del XXI, no presentando la misma faz a lo largo de la historia reciente, es perentorio comprender esas fases sucesivas, y las respuestas correspondientes a tales fases y cambios. Por ello urge establecer dinámicas de trabajo y de seguimiento que faciliten la convergencia teórica y práctica de los disidentes. Para lanzar un discurso de alcance, tanto en extensión como en profundidad, que atienda esas metamorfosis del Sistema, y que vaya dando respuestas radicales a los problemas que sufren los pueblos, la única metodología de trabajo posible para el desarrollo de tal discurso y sus respuestas es lo que llamamos la adaptación divergente. No se puede afrontar la situación actual desde los parámetros tácticos-ideológicos de movimientos desplegados en situaciones ya pasadas. La única manera de hacer frente a un poder que se adapta es el de la adaptación, ofrecienndo nuevas respuestas a los problemas que plantea. Pero nuestra adaptación a sus cambios debe ser de enfrentamiento radical, lo que da como resultado la adaptación divergente.

Asimismo, hay dos formas de ver y analizar la realidad cotidiana: la primera es a través de documentos o declaraciones de principios. Esto lleva a estudiar las instituciones del Sistema según sus definiciones de «como deberían ser» o «como deben comportarse». En otras palabras, esto lleva a estudiar al Sistema «como se describe a sí mismo», que es lo que suelen hacer la mayoría de sus apologistas, pero también supuestos detractores del sistema como los «tradicionalistas» y la mayoría de «anti-igualitaristas». La segunda forma es estudiar la realidad del poder y su clase dominante teniendo como objetivo la práctica diaria de esa misma realidad y los discursos «auxiliares» o extraoficiales para justificar esa práctica diaria. Es decir, ver cómo se desenvuelve el poder día a día, y no cómo al poder le gustaría actuar, o cómo le gustaría fueran las cosas, o las normas o valores que el poder dice que respeta, defiende y propaga.

Pues bien. No sólo hay que recordar y comprender las fases y épocas distintas, sino también momentos puntuales y los famosos «ciclos del capitalismo». Estadios de relativa «normalidad» o «estabilización» (al menos para la mayoría de la población del «Primer mundo») se alternan con estadios de crisis o conflictos. Y unas veces son estadios de crisis coyuntural y otras veces crisis más profundas: sistémicas. Unas veces son crisis ante todo económicas, y otras veces son crisis preferentemente políticas, con conflictos graves, cuando se cuestionan las propias estructuras de poder y éste se encuentra (o cree hallarse) en peligro. Hemos recordado que las fases o estadios de «estabilización» no son ni han sido siempre los mismos. Varían los paradigmas sociales e ideológicos, incluso los regímenes en el mismo Sistema. La adaptación divergente es prestar atención a todos los aspectos y cursos: al cómo se enfrentan a los peligros (reales o supuestos) en su práctica diaria, en horas de conflictos graves, así como a los discursos y formas que el Sistema adopta para esos momentos de crisis; y entender finalmente en qué fase nos hallamos y qué paradigma sistémico es el dominante para la época que «recambia» a la época precedente.

(º1) Ejemplo de adaptación política-institucional del Sistema
Expongamos un ejemplo de cambio en el seno del Estado demoliberal. En las primeras décadas del siglo XX se pensaba que uno de los males endémicos de este Estado era su debilidad consustancial por «no creer en sí mismo» y por sus fraccionamientos partidistas. Es probable que fuese así hasta la II Guerra Mundial, pero tal situación cambió completamente. En primer lugar, desde entonces, el estado demoliberal sí cree en sí mismo, o al menos cree, de forma absoluta, que no puede tolerar algo distinto a él mismo. En segundo lugar, desde hace décadas, las leyes electorales evitan indeseados fraccionamientos parlamentarios y la aparición de partidos minoritarios de ámbito nacional. En tercer lugar, las cúpulas partidarias del subcontinente europeo mantienen férreas «disciplinas» que impiden fraccionamientos o discrepancias internas serias.
Así también, en sus elecciones ya no se dirimen modificaciones importantes, pues ningún partido cuestiona las grandes «reglas del juego» (otra cosa es que se las salten con disimulo, hagan trampas o sus tribunales prevariquen) ni mucho menos el modelo político y socio-económico capitalista. Las elecciones son sólo plebiscitos por seguir o cambiar unas figuras por otras u optar por unas siglas en vez de otras. El mismo poder demoliberal permanece, y permanecen los pueblos a quienes las plutocracias explotan y metódicamente exprimen.

Así pues, las elecciones no son más que el mecanismo que las sociedades «modernas» (o ya «post-modernas») crean para dar legitimidad a la acción de las estructuras de poder que son los partidos políticos, con siglas y figuras que no van a cambiar nada sustancial, porque en el caso hipotético de que una estructura partidaria pueda o se proponga cambiar las cosas, el poder demoliberal «corrige» la anomalía de forma implacable o toma las «medidas preventivas» para ello.

Pues bien. Todavía existen sectores anclados en las críticas al parlamentarismo liberal formuladas en las tres primeras décadas del siglo XX, una clase de críticas que sirvieron, entre otras cosas, para justificar otros «recambios» sistémicos: como las Dictaduras ibéricas (Franco y Salazar) o la de «los Coroneles» de Grecia, por un lado, o por otro los regímenes demoliberales europeos antifascistas-anticomunistas que «sí creen en sí mismos» de la II posguerra mundial.

(º2) Ejemplo de adaptación política-militar del Sistema
Entremos en otro aspecto de este cambio histórico de «reafirmación» operado en las democracias liberales, un hecho más tenebroso pero no menos importante, sobre todo para los disidentes. La «Red Gladio», por ejemplo, era la estructura clandestina montada «preventivamente» por la OTAN y la República Italiana para causar una campaña de sabotajes y asesinatos en caso de que los eurocomunistas ganaran las elecciones en Italia. El poder demoliberal permitía a los eurocomunistas italianos poder presentarse a las generales (así podían presumir de «Escaparate Democrático»), pero su acceso al gobierno estaba vetado. Si alguna vez hubiera ganado el PCI, el poder demoliberal habría provocado un golpe de estado militar (utilizando las «tramas negras») y una represión masiva directa desde las instituciones oficiales; y si esta «vía correctiva militar», como la provocada en Brasil («Estado Novo»), en Grecia («Dictadura de los Coroneles») en Chile (Pinochet) o las repúblicas rioplatenses («Juntas Militares Antisubversivas» de Uruguay y Argentina) no hubiera sido factible, la «Gladio» habría desatado el infierno en Italia a través de grupos sicarios clandestinos (como los «neofascistas»), empleando la «vía correctiva armada privada», como en Colombia («Paramilitares»), Guatemala («Autodefensas»), El Salvador («Escuadrones de la Muerte») o Nicaragua («Contras»). La «Red Gladio» formaba parte del Ejército Secreto que la OTAN disponía en toda Europa por si la «democracia» daba alguna sorpresa.

Otro caso de fases distintas o adaptaciones, es el fenómeno, estrechamente ligado al aspecto anterior, de las Guerras Sucias ¿Estado liberal de derecho y Terrorismo de Estado son situaciones incompatibles? La respuesta es que no. Significan una contradicción visible que se debe aprovechar para cuestionarlos, pero Estado de Garantías y Terrorismo de Estado son expresiones propias del mismo Estado plutocrático, momentos o estadios abiertos desde el seno del Sistema, métodos alternos utilizados por el mismo Poder, a veces ejecutados por las mismas fuerzas y los mismos regímenes e, incluso, en ocasiones, por las mismas figuras. La «Lucha Antiguerrillera» en Venezuela en los 60 (con Carlos Andrés Pérez como ministro del interior), los «Años de Plomo» en Italia, los «GAL» en España, son buenos ejemplos. La Guerra Sucia aparece en momentos en los que el Estado Liberal de Derecho (un derecho que es la expresión jurídica que conviene a la Clase dominante) se enfrenta a situaciones donde se pone en cuestión su propia existencia. Estos casos ilustran que no siempre hace falta, siquiera, que figuras o fuerzas de «recambio» internas del Sistema desplacen y sustituyan a otras para protagonizar la alternancia de ambos métodos.

(º3) Ejemplo de adaptación política-económica del Sistema
Otro caso de fases sucesivas visiblemente contradictorias pero que responden a la misma lógica de intereses ha sido la desregulación de los mercados acentuada por la Reserva Federal y las ad-ministraciones usacas entre 1997 y 2008, y el discurso y práctica ultraliberal de condenar cualquier intervencionismo en los negocios privados. Hasta fechas tan tardías como julio de 2008, en Doha, la secretaria de estado norteamericana Rice lanzaba amenazas contra los gobiernos que se negaban a la desregulación comercial y financiera que exigía EEUU. Pues bien, a raíz del terremoto financiero que tuvo como epicentro el Colapso de dos «Torres Gigantes» yanquis en septiembre de 2008 (el banco inversor Lehman Brothers y la mayor aseguradora mundial, AIG) la administración Bush, la predicadora a ultranza de la «Autorregulación de los Mercados», que condenaba como atentados a la Libertad toda medida intervencionista, fue justamente la misma que, a principios de ese mes, nacionalizó las sociedades hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae (avalistas de la mitad de hipotecas de EEUU), yendo el gobierno más allá de la compra efectuada por parte de la Reserva Federal, meses antes, de casi treinta mil millones de dólares de activos del banco inversor Bear Stearns.

Pero ya este último precedente de «intervencionismo» semipúblico revelaba algo muy significativo: la Reserva Federal compraba los activos «contaminados» del Bear Stearns, mientras que la banca Morgan adquiría los activos solventes. Es decir, nos encontrábamos con una política de «socialización» de las pérdidas simultánea a una política liberal ante los beneficios. ¿Contradictorio? ¿Incompatible? Aparentemente sí, pero en el fondo no lo era en absoluto. Ambas políticas respondían a la misma lógica de intereses. Se nacionaliza (o se socializa) aquella parte que interesa y cuando interesa a unos pocos, y se liberaliza o se deja «en manos de Dios» (es decir, de la «Mano invisible del Mercado») la parte que interesa y cuando interesa a esos mismos pocos. Revelador también que, al final de una administración republicana más liberal-derechista que la de Reagan, la Reserva Federal tomase un acuerdo sin precedentes en toda su historia: nacionalizar la AIG comprando el ochenta por cierto de sus activos.

Parecía difícil de justificar que defendieran un modelo sin regulación y de «dejar hacer» a los mercados y que permitíeran que los beneficios fueran repartidos sin trabas entre accionistas y ejecutivos; pero cuando hubiera peligros de quiebras y bancarrotas, pidieran a los gobiernos acudir a su rescate con dinero público, siendo los pueblos los que tuvieran que pagar las pérdidas generadas, mientras los causantes del desastre escapaban embolsándose autoidemnizaciones multimillonarias por despido. Parecía difícil tanto de justificar como de hacer, pero es lo que han hecho en ambas orillas del Atlántico gobiernos hasta entonces ultraliberales, y lo que defendía sin vergüenza alguna la CEOE a través de su presidente, que declaró que «se debe hacer un paréntesis en la economía de mercado». Pues para responder a estas adaptaciones y estos mensajes que abren y cierran paréntesis cuando a la Clase Dominante le conviene, está la adaptación divergente.

Para concluir: estaremos condenados a no entender el Sistema liberal-capitalista si no vemos que éste, siempre, se ha aplicado dependiendo de ciertos intereses, y que jamás el liberalismo político o económico se ha desenvuelto sólo. No olvidemos que el liberalismo siempre ha instrumentalizado o se ha asociado a elementos no liberales o aparentemente antiliberales, como el nacionalismo, el proteccionismo, el intervencionismo, el militarismo o el sectarismo religioso. La crisis actual lo ha vuelto a revelar. El liberalismo puro no ha existido jamás porque no puede existir, pues el liberalismo fue ideado y está destinado, única y exclusivamente, a beneficiar a la clase capitalista. Sirve para garantizar que los resultados de las sociedades capitalistas vayan a manos privadas cuando se generan ganancias. Pero el mismo Sistema demoliberal hace un paréntesis en el «libre mercado» para socializar los resultados de esas sociedades cuando generan pérdidas. Veremos una contradicción ostentosa, pero ésta se da sólo en la superficie. En el fondo, no hay contradicción: se hace siempre lo que interesa a los detentadores de capital. Dependiendo del ciclo, el Estado dejará «hacer» a la iniciativa privada o intervendrá en ella, siempre en beneficio de los mismos. Igual ha pasado con la generación de guerras, las «limpiezas» étnicas o en tantos otros campos.

(a) Nada en Europa por hoy

Constatamos lo que es evidente: la actual Europa es un erial político y social. Por ahora sólo hemos visto bullicios ocasionales en Grecia, y protestas sectoriales en Rumanía, Francia o Gran Bretaña. Al día de hoy, no existe en el horizonte europeo ningún movimiento en marcha de liberación nacional. Ni existe ni se le espera. Por lo tanto, quedan automáticamente descalificados todos aquellos grupos que hablan de una «Lucha por Europa», de un «Movimiento Anticapitalista global», de una «Revolución Nacional» europea o de una «Red antisistema internacionalista», como si todo ello estuviera en marcha o en curso. Y como si todos fuéramos unos necios, idiotas o nos gustara jugar con fantasías. Si el panorama europeo no fuera ya los suficientemente triste y políticamente devastador, quizás nos movería a risa. Pero encima hay que aguantar pregoneros de «fantasías incapacitantes».

Durante mucho tiempo hemos escuchado a quienes se excusaban en la ausencia de condiciones objetivas para no hacer nada o para seguir jugando en recreos sentimentales. Conforme avanza la crisis, nadie puede negar que esas condiciones objetivas maduran cada vez más. Algunos lo sabíamos y lo decíamos: lo que fallaban no eran las condiciones objetivas, sino las condiciones subjetivas de tantos llamados «rebeldes», «inconformistas», «antisistemas» o «disidentes». Ya no hay excusa. Lo que falla estrepitosamente en España, y en el resto de Europa, son las condiciones subjetivas para cambiar las cosas por parte de los mismos autollamados disidentes.

Porque otro hecho muy significativo descalifica también por completo a estos pregoneros que hablan de luchas, liberaciones y revoluciones completamente inexistentes: su desprecio por las luchas contra los opresores, hacia los movimientos de liberación y revoluciones reales que se producen allende los mares y montañas de Europa. Esta postura, además de sus fantasías pueriles, y su ausencia de compromiso serio, es lo que les delata sobre todo.

(b) La Prensa del Régimen ante la esperanza en Oriente Medio e Hispanoamérica

La «Perrera mediática» de la derecha y el «Imperio mediaprogre» españoles coinciden en lanzar continuas campañas de criminalización contra los gobiernos de dos realidades concretas en el mundo: la República Islámica de Irán, y los movimientos emergentes y con perspectivas de cambio en Iberoamérica. Ambas realidades destacan actualmente, no sólo por no someterse a los designios del criminal-imperialismo angloamericano, sino por ser ejemplo y base de apoyo para otras naciones y movimientos que luchan por sacudirse de encima tanto el dominio político-militar de las potencias imperialistas como las relaciones abusivas mundiales del Sistema Global.

Para nosotros, esto ilustra a qué intereses sirven los medios de manipulación de masas españoles, tantos los «liberal-derechistas» como los «progresistas». Por mucho que algunos de ellos se hayan mostrados ácidos con la administración Bush (más bien la han ridiculizado o descalificado, pero sin cuestionar sustancialmente el papel de los EEUU), o se refieran a los «especuladores financieros» como directos responsables de la crisis que padecemos, o hablen, de vez en cuando, de los «excesos» del ente sionista, lo cierto es que la totalidad de los medios se han apuntado al bombardeo de aquellos gobiernos y fuerzas que, realmente, ofrecen resistencia a los designios hiper hegemónicos de EEUU, denuncian con ahínco los estragos del capitalismo y se oponen, en la teoría y en la práctica, al estado más racista del mundo (que lo es para asegurar a los EEUU un portaaviones permanente en el corazón del «Viejo Mundo»).

Si bien la «Perrera mediática» de la derechona no esconde su determinación en lograr que España sea cada vez más acólita del imperialismo usaco, y defiende, cada vez con menos complejos, más vueltas de tuerca antisociales para asegurar las ganancias de la clase capitalista, y tampoco esconde su admiración por las prácticas terroristas y genocidas del ente sionista (en las que se reconoce abiertamente), los medios progresistas mantienen ciertos reparos con respecto a todo esto. ¿Es miedo? ¿es esquizofrenia? En el fondo no. Sencillamente es un reparto de papeles. La «Izquierda colaboracionista» cumple su papel de «conciencia moral» o maquillaje del imperialismo angloamericano, del Sistema Capitalista y del racismo automesiánico sionista, como lo es en Italia, en Francia, en Alemania, en Gran Bretaña y en el resto de Europa.

El progresismo confirma ser una izquierda de diseño al servicio de la Alta Burguesía. Mantiene el «tic» de escandalizarse o protestar, por cuestiones de forma muchas veces, o cuando ciertos efectos del Sistema son difíciles de ocultar. Pero el progresismo está estrechamente incardinado al poder establecido y junto a la derecha conforma el Partido Americano en Europa. Sus portavoces alzarán la voz afeando ciertas cosas que hace Occidente; pero siempre se ponen del lado occidental a la hora de atacar a quienes resisten de verdad y quieren levantar alternativas reales. Y no es sólo el progresismo. Actualmente, casi toda la llamada izquierda es «Izquierda sistémica», y como señalábamos, los elementos de la extrema izquierda no se distinguen ya, en su fanatismo pro sistémico de hecho, de los sicarios de la ultraderecha que representan un refuerzo pasional etno-mítico-religioso del Sistema.

(c) Una lucha imprescindible y un apoyo inexcusable

La época del llamado «Estado del Bienestar» fue sólo un estadio en la adaptación del Sistema Capitalista tras la Guerra Civil española y la derrota de los fascismos en 1945. Fue una fase de prevención, así como de extensión de una masa de consumidores. Mientras existió la Unión Soviética y partidos comunistas fuertes en Occidente, el Sistema Capitalista fue propenso a reconocer derechos sociales (y no sin lucha) como contrapeso ante el temor del avance del comunismo. Pero al caer el comunismo, el Sistema, al no encontrar oposición, reinició imparable su programa liberal-mundialista promoviendo la desvertebración de los estados y lanzándose, como excavadoras sionistas sobre casas palestinas, al asalto y derribo de las conquistas sociales, ante unos pueblos y unas clases obreras doblemente alienadas: «desnacionalizadas» y sin referencias patrias (por causa, entre otras, de la izquierda internacionalista); y domesticadas y adormecidas por décadas de reformismo, primero post-marxista, y después social-liberal.

(º1) La Re-nacionalización y la Recuperación de la conciencia de clase

El progresismo europeo ha realizado un servicio inestimable al capitalismo. Sin referencias nacionales (se dejó que las derechas patrioteras siguieran apropiándose y desvirtuando esas referencias), y sin referencias de clase, los trabajadores nos hemos quedado aislados.

Hemos señalado que el enemigo inmediato es el Régimen, pero nuestro enemigo mayor es el Estado-Mercado Atlántico. La lucha contra la hiperhegemonía angloamericana y el mundialismo capitalista es tarea imprescindible para los militantes socialistas españoles. Todos deben comprender que Partido Único de la Alta Burguesía y Partido Americano en España son la misma cosa. Los EEUU son, hoy, la principal base de anclaje del Sistema Capitalista Mundial. El eje es único, el mundo es único y la lucha es única. Y hoy más que nunca se cumple esta verdad.

Re-nacionalizar a los trabajadores pasa, ineludiblemente, por comprender la necesidad de liberación nacional frente al imperialismo y su «alter ego» el mundialismo capitalista. Si no existe un estado libre, es decir, soberano, no pueden existir ni trabajadores ni ciudadanos libres. Lo hemos dicho: el enemigo inmediato es uno, a la vez social y nacional: Partido Único de la Alta Burguesía / Partido Americano en España. Pero esta liberación nacional también está estrechamente ligada a la exigencia nacional contra los neofeudalismos y etnicismos, e impedir más desvertebraciones de los estados. La lucha contra el Estado-Mercado exige luchar contra los Estaditos Étnicos, tan queridos por ciertas ultraderechas, y contra los neofeudalismos aceptados de facto por las extremas izquierdas: neofeudalismos y etnicismos son alimentados por el mundialismo para seguir socavando las soberanías y debilitando los estados, así como para mantener la Guerra Social en el interior de las naciones. Así pues, re-nacionalizar a los trabajadores y recuperar la conciencia de clase forma parte del mismo proceso. Y tanto como la necesidad de generar movilizaciones sociales para contrarrestar la ofensiva liberal que aspira a extender, aún más, el Reino de la Precariedad, la conciencia de clase incluye también, necesariamente, tomar conciencia de la enorme dependencia que sufren las economías reales con respecto a los «Amos del Mundo»: las finanzas trans-nacionales.

La lucha contra el Sistema y por la justicia se realizará desde la defensa de las soberanías nacionales, buscando la conformación de bloques geopolíticos con fuerza suficiente para resistir al imperialismo yanqui-sionista y el mundialismo capitalista. No será posible hacerlo de ninguna otra forma. El «derecho de autodeterminación» sólo podrá esgrimirse para lo que siempre ha servido en la historia: para dividir el campo enemigo. Para que un estado pueda ser soberano es necesario que sea capaz de disponer y desarrollar sus recursos humanos y materiales, y para lograr tal capacidad debe estar unido, no sólo por dentro, sino con otros estados que compartan la misma meta. Y para que los estados puedan revertir sobre sus pueblos los beneficios del desarrollo, deben defender su soberanía. Cierto es que un estado soberano no implica en sí mismo la soberanía nacional que busque la justicia. Es lo que pasa en las sociedades capitalistas: existe una soberanía de clase (la de la Alta Burguesía, «nacional» o extranjera) sobre las demás. Pero sin soberanía, ni se puede hacer justicia, ni se puede llevar a cabo política viable alguna para los pueblos. Y para que un estado o un bloque geopolítico puedan cumplir esos objetivos, junto a unos tra-bajadores con conciencia de clase, han de existir unos pueblos con conciencia y dignidad nacional.

En resumen: la guerra por el trabajo y la justicia va inexorablemente ligada a la reconstrucción nacional y soberana de los estados. El avance liberal capitalista va unido al imperialismo norteamericano y su expresión máxima, el capitalismo mundial, y se construye sobre la desvertebración y colonización política y económica de los estados nacionales.
Por eso cualquier lucha social debe ser, en esencia, nacional y anti-imperialista. Si no es anti-imperialista no es nacional, si no es nacional no es social.

(º2) Apoyo crítico a los estados y movimientos de resistencia y liberación nacional

Por tanto, desde España es inexcusable prestar apoyo (aunque sea crítico) a los que han entendido no sólo que la lucha por la Justicia y por una Patria fuerte conforman facetas de una misma lucha integral, política, social, ideológica y ética, sino que su mayor enemigo es, justamente, nuestro Enemigo mayor. O entramos a formar parte del Frente común de la Resistencia contra la opresión de los pueblos frente a los devoradores del mundo, o estaremos demostrando que no nos enteramos (o no queremos enterarnos) de nada. Como hemos apuntado: el eje es único, el mundo es único y la lucha es también única.

Los estados y movimientos que plantan cara al criminal-imperialismo también pelean por nosotros, o, al menos, su lucha nos favorece. Bien lo saben las Tenazas políticas y mediáticas del Régimen (el Partido Único y el Gabinete de Prensa de la Alta Burguesía) y por ese motivo toman partido contra ellos. Este mundo es un todo entrelazado, interdependiente e interrelacionado. Nadie puede alegar que «lucha por su pueblo» o por «la justicia social» en su país, si no reconoce como suya la guerra que libra el Frente de resistencia de los Pueblos, quienes, además, son los que están soportando el mayor peso de esa guerra contra nuestros enemigos. En un mundo globalizado hay pocos asuntos que «no nos conciernen a nosotros». Todo depende de lo que se entienda, claro está, por «nosotros». Cuando se elige encerrarse en la fiebre sectaria del asedio, o en mitemas y mundillos virtuales, a uno le afectan pocas cosas exteriores. Pero en el mundo real las cosas se plantean de forma radicalmente diferente. Cualquiera que piensa en tales términos sale de la historia.

En ese discurso del «no nos concierne» o «no es nuestro problema», vemos, sobre todo, la marca lamentable, patética, del egocentrismo tribal. El individualismo consiste en no interesarse más que en uno mismo y en desinteresarse por los demás. Y esto es, precisamente, el caldo de cultivo ideal para las Plutocracias. Por eso señalamos al egocentrismo tribal como un mal para los pueblos del mismo calibre que el criminal-imperialismo y el mundialismo capitalista.

Pero, por último, hay otra poderosa razón para prestar apoyo al Frente de los Pueblos que luchan. Desde nuestra visión del mundo no puede haber dejación en el justo apoyo que debemos dar a los que piden justicia, tienen la razón y dan un ejemplo de lucha y sacrificio. Ya quisiéramos tener muchos españoles sólo una pizca del convencimiento, compromiso y capacidad de sacrificio que muestran varios pueblos y movimientos en estas luchas de liberación.

En definitiva, se trata, en España, en Europa y en todo el mundo, de favorecer la lucha de los pueblos frente a las plutocracias; se trata de subvertir el des-orden internacional al que nos ha conducido el capitalismo; y se trata de favorecer todo aquello que vaya en la dirección de ayudar a destruir a nuestros enemigos (EEUU y Partido americano en Europa) hasta conseguir la liberación de los españoles y del resto de Europa. Por eso es necesario reflejar en nuestros medios, en nuestras calles, los ejemplos y mensajes de quienes luchan de verdad en el mundo, y no signos equívocos y menos aún pendones feudales nacidos al amparo del trono y el altar, representaciones del ombliguismo más abyecto y reaccionario.