jueves, 7 de abril de 2011

Nuestras Bases: Análisis ámbito mundial


(a) Un hecho que marca poderosamente el presente

Constatamos como hecho capital de nuestra época la aceleración de la dinámica globalizadora que afecta decisivamente al conjunto de naciones del planeta, e incide en más aspectos de sus vidas de manera creciente. En particular comprobamos que una de las naciones más arrastradas por el proceso de la Globalización es España. Por tanto, la primera realidad que nos enfrentamos como españoles no es una estrecha «realidad nacional» sino la realidad global. El gran «asunto nacional» no es de carácter doméstico sino de carácter mundial.

(b) Una evidencia que nadie puede ignorar ni «dentro» ni «fuera»

Atender el ámbito mundial no es, solamente, una exigencia de perspectiva internacional y, menos aún, un asunto de meras «relaciones públicas» con «el exterior» o de medir el «papel de la nación» en el escenario mundial. Cualquier organización está obligada a definirse, en primer lugar, ante el hecho globalizador que domina el panorama nacional. Antes de hablar de la naturaleza del Régimen, de los partidos, del gobierno de turno, de las empresas, de los medios de difusión, de la enseñanza o de los tribunales, se debe tratar el papel del Mundo Globalizado en España.

Además, como siempre, constatamos que somos parte de un todo y, como no puede ser de otra forma, a todos nos implica, lo queramos o no. Una vez más, un hecho decisivo nos recuerda que en nuestro mundo no existen celdas aparte o sectores separados, que en la vida nada existe aislado, que todos los niveles y campos de la existencia están interrelacionados, y que por eso han de enfocarse en conjunto. El mundo es único porque la realidad, aún múltiple y poliédrica, es también una unidad. El mundo no ha sido nunca una suma de segmentos o planos inconexos, pero ahora menos que nunca, en esta España completamente a merced de los dictados de los «mercados» de deuda, los medios de manipulación extranjeros y las instituciones financieras internacionales.

Constatamos también que este hecho capital, el de la Globalización, cuyas causas e impulsos no han sido espontáneos, naturales ni accidentales, implica otra batería de hechos políticos, sociales y económicos consumados que son impuestos al pueblo español completamente al margen de la tan presuntuosa voluntad popular o soberanía nacional que se presume en las democracias occidentales. Como hemos señalado siempre, estas democracias son una farsa, y las imposiciones y servidumbres «inevitables» del Globaritarismo lo confirman.

(c) Una sola globalización

El Mundo Globalizado no está asociado sólo al crecimiento espectacular del tráfico de personas y mercancías debido a la multiplicación de los transportes rápidos y al desarrollo impresionante de las telecomunicaciones y la informática. Está estrechamente ligado a la mundialización de un modelo, o mejor dicho, a una fase del modelo de explotación socio-económica adoptado por los países occidentales, unido cada vez más al neoliberalismo usurero como vía de control financiero y político-económico de las naciones, vinculado necesariamente a la difusión del paradigma ideológico y predominio del tipo de mentalidad que les corresponde, y asociado a la hegemonía político-militar y tecnológica de la hiperpotencia que garantiza la marcha triunfal de tales procesos.

Confirmamos que la globalización producida es una sola: la que ha partido del Occidente liberal-capitalista. Frente a ciertas tesis interesadas que alientan el despiste y colaboran en la ceremonia de la confusión agitando otras presuntas globalizaciones (sean como alternativas o como amenazas), reiteramos que el fenómeno globalizador es inseparable del modelo occidental de funcionamiento y dominio. No existe otra globalización en marcha. Por todo ello, antes que referirse a un mundo globalizado, es más correcto hablar de una España y un mundo globalitario.

(d) Las añoranzas incoherentes por las fases precedentes

El Globaritarismo no implica un salto que signifique una ruptura o cambio radical con la situación anterior. Si algo se desata de sus ataduras o gana mayor extensión, lo que sucede no es un cambio de naturaleza, sino que, por las consecuencias de su liberación o expansión, esa misma naturaleza puede verse con mayor claridad que antes. Destacamos la incoherencia esencial de aquellos que se lamentan y se pronuncian contra los efectos de la dinámica actual para defender o añorar situaciones del estadio precedente que ha desencadenado, permitido o catapultado esta misma dinámica y sus efectos, que dicen detestar. Aquellos que, habiendo constatado los efectos negativos de la fase presente, añoran o proponen la vuelta a fases anteriores de la globalitación, cometen un error aún más lamentable que favorecer abiertamente la fase actual del Globalitarismo, ya que «estos lodos fueron traídos por aquellos polvos».

Así señalamos la incoherencia total de todos los nacionalismos burgueses que se lamentan de la pérdida de las identidades propias y de las soberanías nacionales que provoca la globalización. Pues las «identidades nacionales» que dicen defender no han sido otra cosa que construcciones forzadas por la propaganda y sistemas de enseñanza, tanto por parte de los estados-nación como desde los «nacionalismos sin estado». Los nacionalismos ya han provocado su proceso de empequeñecimiento y uniformización de la rica realidad de sus naciones para poder así homogeneizar los «hechos diferenciales» en el interior, y confrontarlos en bloque a las «identidades nacionales» externas igualmente reducidas, estereotipadas y uniformizadas. Pero tanto o más grave que azuzar los antagonismos entre pueblos, esos nacionalismos han acabado la faena de entregar sus naciones al modelo de explotación capitalista, y subordinar la política a la economía. Y como la deriva lógica del capitalismo avanzado es el financiarismo, los intereses especulativos terminan dominando la economía y, por consiguiente, las soberanías nacionales así como sus «identidades».

Señalamos asimismo la incoherencia total de los demócratas clásicos, que se quejan del poder sustraído a las instituciones democráticas en favor de las finanzas privadas internacionales, pues en las democracias parlamentarias el poder nunca ha residido en el pueblo, sino en las cúpulas de los partidos, en los dueños de los medios de difusión, en los bancos y en las grandes empresas. El mundo globalitario no hace más que seguir ese modelo e intensificar una mayor dependencia del poder político hacia la plutocracia anónima y más apátrida que nunca.

Y así señalamos también la incoherencia total de las izquierdas burguesas, que protestan por las crisis y miserias provocadas por el capitalismo y se disgustan por los sacrificios y recortazos sociales impuestos por el neoliberalismo. La ofensiva globalitaria neoliberal y su rechazo al control nacional de la economía ha sido favorecida por la gran «liberalidad» y la ineptitud con los recursos públicos demostradas por esas izquierdas cuando gobiernan. Pero sobre todo, lo que más ha favorecido el empuje del aparentemente detestado neoliberalismo han sido, precisamente, los sueños liberal-libertarios apoyados por la «nueva izquierda». La izquierda dominante desde mayo del 68 ha completado el triunfo del modelo social «burguésbohermio» hedonista y anti-autoritario que, lógicamente, ha beneficiado a la derecha liberal, mientras que cualquier crítica seria ante el poder establecido ha sido, de hecho, marginada. El mayor crimen de la nueva izquierda ha sido pretender que atacando los valores tradicionales se podía luchar mejor contra la lógica del capital. No quisieron ver que, como otros elementos que aún quedaban de las estructuras sociales orgánicas anteriores, constituían las últimas barreras al expansionismo planetario de la lógica capitalista. Al suprimir valores como el honor, el compañerismo o el heroísmo, esta nueva izquierda abrió paso al triunfo de valores burgueses como el individualismo, el cálculo racional o la competitividad.

(e) Los antecedentes

Recordamos que con el fin de la Segunda Guerra Mundial, vino también el fin de las concepciones prefentemente nacionales. Con la Guerra Fría se consolidó ya la formación de los bloques internacionales políticos, ideológicos, militares y económicos, y eso implicó la subordinación de todos los estados, de una forma u otra, a tales bloques. Con el patronazgo de los EEUU o de la Unión Soviética se sostuvieron las internacionales políticas en el mundo. Y las multinacionales económicas y financieras occidentales no sólo rebasaban ampliamente las fronteras de los estados sino los presupuestos públicos de casi todos ellos. Estas realidades históricas han tratado de ser ocultadas, minimizadas o adornadas por medios de difusión de masas y fuerzas políticas, pues todos ellos han venido plegándose a esa situación que anulaba los supuestos de soberanía, libertad y democracia que seguían proclamando públicamente.

Recordamos que con la difusión de la publicidad y las modas a través de los medios audiovisuales, empezó ya la uniformización de las costumbres y las maneras de vivir. Con la extensión de la sociedad de consumo occidental, los pueblos ya se transformaron en agregados cuantificables volcados en la producción, el consumo y el desperdicio masivos. Con el desarrollo y la facilidad de las comunicaciones el mundo se había hecho más pequeño, la movilidad era ya constante y se había iniciado la desaparición de varias actividades propias nacionales o regionales.

(f) Los cuatro planos del mismo proceso globaritario

Distinguimos en el Globalitarismo cuatros planos que no dejan de estar estrechamente ligados entre sí pues forman parte del mismo proceso:

(º1) La «disminutalización» tecnológica del mundo

El primer proceso se asienta en el plano tecnológico. El propio desarrollo revolucionario en las telecomunicaciones, la informática y el transporte de seres y objetos, es el que ha provocado la contracción extraordinaria del volumen de los medios y la reducción de los tiempos precisos para transmitir información, bienes, servicios, personas y recursos a cualquier lugar del mundo. Esto ha posibilitado que muchas operaciones puedan, igualmente, controlarse desde cualquier sitio.

Podemos ver que una característica decisiva de las sociedades actuales es su inmersión en la tecnología. De ésta dependen, de modo fundamental, todos los demás fenómenos y los procesos señalados a continua-ción: la expansión del transporte y las comunicaciones, la degradación de las ciudades, la destrucción del territorio y la contaminación, el despotismo de los mercados financieros, la mercantilización de la vida en todos sus aspectos, el control social absoluto de las creencias, el surgimiento del individuo-masa, el totalitarismo político o las guerras no convencionales están estrechamente ligados a lo que llamamos la «disminutalización» tecnológica del planeta.

(º2) El despotismo de «los mercados»

El segundo proceso señalado se sitúa en el plano político-económico. Consiste en la adopción generalizada de políticas liberales por parte de los gobiernos, que reducen drásticamente la capacidad de los estados para maniobrar en sus propias economías. La conjunción de este proceso con el primero ha consolidado una mayor dependencia de las economías nacionales ante las evoluciones de los mercados internacionales. Como estamos viendo, ni se busca ni se espera combatir la crisis actual al margen de las «recetas» neoliberales.

Las clases políticas occidentales no sólo no controlan a los especuladores que han desatado la crisis sino que recortan los ya de por sí penosos derechos laborales. Las grandes fortunas continúan obteniendo altos beneficios mientras la situación de la mayoría de la población empeora y los estados reducen, aún más, su soberanía económica. La crisis no ha servido para «refundar el capitalismo» como, ante la galería, pidieron socialdemócratas y derecha populista, sino que ya es la coartada para imponer un modelo que acrecienta la explotación y la miseria de la mayoría.

(º3) El dominio del «pensamiento único»

El tercer proceso se despliega en el plano del pensamiento y del discurso cultural. Y es el triunfo generalizado de la simbiosis liberal-progresista que caracteriza la «Posmodernidad»: la difusión y aceptación incuestionable de las fórmulas liberal-capitalistas para el campo socioeconómico (dominio de los resultados, cálculos e intereses «contantes»), aunque se admitan para esas fórmulas tantas excepciones y «paréntesis» como convengan ocasionalmente a la Alta burguesía (como las famosas «socializaciones de las pérdidas» de los grandes negocios); la subordinación de la política a «los mercados» y, en consecuencia, la aprobación tácita del monopolio de las cúpulas de los partidos en el dominio de las representaciones y los repartos de la gestión del poder, siempre y cuando esas cúpulas sigan a los grandes medios de difusión como «guías espirituales»; la paulatina sustitución de la superestructura (o paradigma de servicio) progresista por el paradigma de servicio etno-liberal y neoconservador en el campo simbólico-cultural (dominio de las creencias y apegos sentimentales y de los controles morales).

Una vez más, es sobre el plano del pensamiento donde se analiza mejor el carácter de un fenómeno. Este proceso es quien conjunta a lo largo y ancho del mundo las exigencias del capital, las conveniencias de la partitocracia y los sentimientos de las masas. Las formas de explotación capitalista utilizan siempre imaginarios ideológícos que, aparentemente, no tenían relación con ellas.

(º4) La hiperhegemonía político-militar de Estados Unidos
 
El cuarto plano del Mundo Globalitario es el más llamativo. Es el mantenimiento de un «Nuevo Orden Mundial» sometido a los dictados de los Estados Unidos de América. Hiperhegemonía mundial en conformidad con el control de la información (más bien desinformación) mundial realizado por sus agencias, en conformidad con la hegemonía de sus productoras cinematográficas y canales de difusión de noticias, en conformidad con el volumen enorme de capital manejado por sus multinacionales y sociedades financieras, en conformidad con la tremenda superioridad militar de sus fuerzas aéreas, terrestres, navales y estratégicas, y en conformidad con su papel histórico de guardián del «Mundo libre» frente a los peligros y amenazas (reales, exagerados o inventados) sobre ese mundo, y paladín de las «libertades» y los «derechos humanos».


(a) El momento en que esto «petó»

Nadie niega que, actualmente, nos encontramos en una situación definida por la crisis financiera iniciada en 2007 en Norteamérica tras el petardazo de la burbuja de las famosas «subprime». Al año siguiente, el desmoronamiento de los activos que contenían esas «hipotecas basura» arrastró a las principales sociedades hipotecarias de EEUU y sirvió de espoleta para otros «activos tóxicos» ocultados por los bancos, que provocaron el colapso de grandes «firmas de inversiones» como Lehman Brothers, así como de la mayor compañía de seguros del mundo (AIG) en septiembre de 2008. De la misma forma que la Reserva Federal había ido comprando activos contaminados para salvar a las grandes compañías hipotecarias, desde el gobierno y el legislativo norteamericano se arbitró un colosal rescate financiero con dinero público. La misma decisión se tomó en los países de la Unión Europea: el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra inyectaron enormes cantidades de dinero alegando lo mismo que Bush: la necesidad de proporcionar liquidez a los bancos y frenar la caída de las Bolsas. Esa decisión la tomaron tanto gobiernos liberal-conservadores como liberal-reformistas, tanto socialdemócratas como democristianos.

Pudo resultar paradójico tal intervencionismo estatal en el seno de la potencia campeona del neoliberalismo. Más cuando en sus mandatos Bush había puesto en marcha la desregulación del sistema financiero propugnando su «autorregulación». La ausencia de controles rigurosos sobre esas entidades y de supervisión de sus operaciones de riesgo y de sus sofisticados inventos financieros, provocó la opacidad y el desmadre del sistema financiero norteamericano y, por extensión, del sistema mundial.

Lo que sí quedó claro fue el impacto de la crisis financiera yanqui en las economías de Europa y del resto del mundo: una muestra de la enorme dependencia de buena parte del planeta hacia los EEUU. Pudo, entonces, parecer probado que no bastaba con que los controles aplicados a las entidades financieras en una zona del mundo por sus gobiernos, fueran más rigurosos que los establecidos en EEUU para no verse afectados por los huracanes que provienen de estos últimos.

Pudo parecer, también en ese momento, que el ciclo de las desregulaciones financieras tocaba ya a su fin. Pudo parecer que todos empezaban a reconocer como gravemente dañino y fracasado el modelo liberal neoclásico, si hacíamos caso de las declaraciones de socialdemócratas y populistas de derechas, que nos hablaban de la necesidad de «refundar» o «reformar el capitalismo». Pudo parecer, durante un tiempo, que todos iban a tomar conciencia de que estábamos pagando el precio de las erróneas tesis ultraliberales de alegre «autorregulación» de los mercados financieros, y que se exigía un fuerte control de los mismos en todas partes o, al menos, que se alzaran barreras serias frente a los países donde no se establecían esos controles.

Pero, además de estas causas «externas» (aunque en una nación del capitalismo globalitario y sin soberanía monetaria resulta muy complicado discriminar cuáles son sus factores económicos «externos»), lo que provocó el inicio de la crisis económica en España fue el «petardazo» de «la burbuja inmobiliaria», petardazo que cualquier observador había podido advertir como desenlace inevitable a lo largo de la «década prodigiosa» (1997-2007) de crecimiento desaforado del ladrillo y, más aún, de los precios del ladrillo construido o proyectado. Que la clase política y comentaristas a sueldo de los medios hablaran poco de ello no ocultaba que la mayoría sabía que el «milagro español» (del que tanto presumieron el Partido Popular, primero, como después el PSOE) se asentaba en barro: en la especulación inmobiliaria y en el consumo que gastaba el dinero solicitado a crédito.

(b) Pese a todo, el liberalismo contraataca y se refuerza

Pudo parecer que la mayor parte de la clase política y económica había empezado a reconocer el fracaso del modelo liberal. Pero en los últimos años constatamos que el discurso imperante (en los medios de difusión sobre todo, convertidos en «guías espirituales» de gobiernos y naciones) ha sido el contrario: se afirma que para gestionar la crisis hay que profundizar en el modelo. Esto nos demuestra que para enfrentar las situaciones adversas lo decisivo no es la acumulación de datos negativos o malos resultados, sino asumir un análisis adecuado de la causa de los problemas, tomar conciencia de nuestra responsabilidad y tener voluntad de cambiar las cosas empezando por pronunciar: «¡Esto no!». Es decir, lo más importante no es que se produzcan las condiciones objetivas, sino provocar las condiciones subjetivas.

El discurso económico dominante, el liberal, siempre se ha manifestado totalmente insensible a las múltiples evidencias que, en casi todos los parámetros de comparación (económicos, sociales, culturales, medioambientales...), muestran unos efectos bastante mediocres, cuando no pésimos, en el seno de las naciones. Así pues nos preguntamos ¿Por qué iban a cambiar ahora los economistas, los comentaristas de la radio, los cargos políticos o los directivos de la patronal y de la banca que han venido pregonando ese discurso? Era de ilusos esperar que reconocieran el fracaso del modelo, y constatamos que, para salir del atolladero, los pregoneros del modelo más liberal del capitalismo han contraatacado con una «huida hacia adelante». Como hemos señalado, la crisis no está sirviendo para recapacitar sobre el modelo adoptado y rectificar el rumbo del capitalismo, sino que está sirviendo de coartada para imponer un modelo que acrecienta la explotación y la miseria de la mayoría. Lo que nos proponen es «salir de la sartén para caer en las brasas».

(c) ¿Crisis Coyuntural o Crisis Estructural?

La diferencia de esta «nueva crisis» capitalista con respecto a las anteriores es que sus efectos palpables son tan fuertes en el «Primer mundo» como la famosa crisis del 29, y que los recursos (incluso los «parches») para combatirla parecen agotados. Pero el Sistema Capitalista, como tal, no se encuentra ni en crisis ni en quiebra, pues se trata de un modelo de explotación que se reestructura en ciclos recesivos y depresivos, ciclos que, como estamos viendo, afectan principalmente a los trabajadores de todo el orbe mientras las grandes fortunas continúan obteniendo grandes beneficios. Entendemos que no importa cuan profunda sea, o si es de carácter coyuntural o estructural, pues por muy profunda o estructural que sea una crisis económica, por sí misma, no va a provocar una reacción que cuestione el modelo y exija una salida anticapitalista. Como hemos señalado, en el panorama público, lo que manda es la demanda de profundizar aún más en este modelo, no importa sus consecuencias sociales, por devastadoras que sean, ya que los voceros del capitalismo han tomado buena nota de la resignación y desmovilización generalizadas. Por ello vemos perfectamente que una forma de salida es la del Capitalismo de Guerra: desatar una gran conflagración que sirva tanto para destruir las naciones emergentes como para generar una actividad económica que mantenga sofisticadas fuerzas de ocupación y que «reconstruya» bajo control angloamericano lo que destruye. Tal fue la política que aplicaron Bush y Cheney en el Iraq agredido y ocupado.

La hegemonía cultural y política de la plutocracia globalitaria es de tal magnitud que no sólo ha conseguido naturalizar el papel de la especulación financiera a costa de las naciones, sino que va logrando, además, que se acepten como normales y justificables sus campañas imperialistas de agresión. En uno y otro caso, los grandes medios de difusión de masas occidentales juegan un papel importantísimo para que la población acepte esas nefastas «huidas hacia adelante».

(d) ¿Decadencia del modelo o Crisis Terminal de Civilización?

Consideramos que vivimos en las sociedades llamadas «posmodernas», «herederas» del mundo «deconstruído» por la Civilización moderna Occidental. Esta renombrada civilización, si hablamos con propiedad, no existe, aunque haya mucho «centinela de Occidente» «defendiéndola». Existen sus criaturas, abandonadas en manos de unas oligarquías depredadoras, y existe el Sistema economicista que conviene a estas últimas: el Capitalista, también criatura de la misma civilización agotada. Por ello, lo que se vive en estas sociedades posmodernas no es tanto una decadencia o crisis de valores y puntos de referencia, sino una situación de evasión-frenesí-supervivencia donde un cúmulo de residuos de todo tipo (mitemas, fobias, rituales, frases, procedimientos...) sobreviven como inercias, formalismos o «cáscaras» de valores de una civilización que se acabó.

Certificamos que la Civilización moderna Occidental ha muerto, aunque quien ocupa su lugar es una «criatura» suya: el Sistema Capitalista, ahora financiarista y globalitario. Pero los mitos degradados en mitemas, las fórmulas vaciadas y los valores adulterados también cumplen una función y esto se comprueba cuando las instituciones de un Sistema tan economicista como éste utilizan, en su provecho, los residuos de la Civilización Occidental, incluyendo los vestigios religiosos. En este sentido, actualmente, cumple un papel importante el paradigma «neocon», sustituto del paradigma «progre» (con el que comparte mucho más de lo que suelen reconocen unos y otros). El «neoconservadurecimiento» resulta más apropiado para la actual fase de «solidificación» totalitaria del Sistema, solidificación incluso de la confusión, donde hasta el materialismo y utilitarismo imperantes presumen de unas «raíces» religiosas. Pues para sostener el impulso del Globalitarismo y controlar unas sociedades instaladas en el escepticismo «confortable» y la resignación timorata, donde las instituciones son aceptadas socialmente únicamente por el miedo general al vacío o al «coco» de la propaganda, se sabe que el liberalismo puro no sirve, y que las propuestas imaginadas por el mundialismo socialdemócrata son irrealizables.

De la misma forma que el gran éxito del progresismo fue conformar decisivamente, durante una época, hasta la mentalidad de los sectores en un principio no identificados como progresistas, y del mismo modo que el gran triunfo de los nacionalismos fue que fuerzas, inicialmente no nacionalistas, hicieran suyos los parámetros nacionalistas, el pensamiento neoconservador está consiguiendo que, incluso, sus supuestos enemigos asuman, de forma creciente, sus posiciones.

La apelación a valores tradicionales o supuestamente tradicionales cuando lo que se persigue son objetivos o apetitos espurios ha sido siempre una característica dominante en las derechas. Era lógico esperar que tanto la derecha más liberal como la más conservadora e, incluso, la más reaccionaria, asumieran la visión del mundo neocon, pues esa mezcolanza de mesianismo y escepticismo cínico, de evolucionismo y conservadurismo, de ultraliberalismo y tradicionalismo, de populismo reactivo y de brutal voluntad de poder para oligarquías, era una oferta bastante oportuna para servir como marco común de la «Alianza antiprogre» en unas sociedades del capitalismo avanzado tan desnaturalizadas. Pero vemos que el paradigma neoconservador es asumido por los sectores no sólo progresistas, sino tam-bién por aquellos que se presentaban como completamente opuestos o disidentes al mundo globalitario y al imperialismo.

Sobre la actual crisis, cabe la discusión acerca de si ésta refleja la aceleración de la contracción de los ciclos del Capitalismo o si representa ya su crisis terminal, con la condición de aceptar que lo más importante no es que se esté produciendo una u otra, sino saber si existen conjuntos de hombres y mujeres que cuestionen siquiera el modelo que padecemos y tengan voluntad de intervenir en el curso de los acontecimientos para cambiarlo. Es decir, que se den las condiciones subjetivas para cambiar. Pues, como estamos viendo, por muy profunda que sea la crisis, si no aparecen personas con otra forma de ver este mundo y dispuestos a operar ante el capitalismo globalitario, no queda más que esperar otra «salida capitalista» para que los menos sigan teniendo cada vez más, y los más tengan cada vez menos.

(e) Los fuertes coletazos del Imperialismo

Entendemos que, aún en el supuesto de que la crisis sea terminal, o de que la deuda soberana de los Estados Unidos conduzca a la potencia hiperhegemónica a su bancarrota, eso no significa que el Sistema vaya a desaparecer, o que los encargados de su control político-militar desistan de ese control. Bien pudiera ocurrir que el Capitalismo y su brazo militar, el Imperialismo angloamericano emprendieran una huida hacia adelante y destruyeran el planeta como último impulso de reestructuración «arriesgada» de los grupos financieros o para evitar perder su hiperhegemonía mundial.

No cabe descartar que ocurra como tienen previsto sus protegidos sionistas en caso de amenaza de derrumbamiento de su estado. En este caso, el sionismo ha programado destruir todas las grandes ciudades y zonas más provechosas de Oriente Medio con bombas atómicas. De la misma forma que el nacionalismo judío no puede aceptar vivir en paz en un territorio donde ellos no tengan la hegemonía absoluta sobre otros pueblos, un capitalismo enteramente financista no puede aceptar dejar de ganar grandes sumas de capital, como tampoco el imperialismo angloamericano puede concebir vivir en un planeta que ya no puede dominar, amenazar ni devorar como hasta ahora. Por si fuera poco, en EEUU gana posiciones la creencia apocalíptica que espera (y desea) el Fin del Mundo para que vengan los profetizados «Mil Años del Reino de Cristo». El hecho de que existan países emergentes que no sean como los europeos, es decir, sumisos a EEUU, es lo que motiva que éstos se muevan por el mundo para evitar la pérdida de su hiperhegemonía.


(a) La cristalización Neo-Religiosa del Capitalismo globalitario

Ya hemos señalado que el Occidente moderno como tal, el anunciado en los llamados «Renacimiento» e «Ilustración» y en las Revoluciones Burguesas, representa un ciclo ya superado por la denominada «Posmodernidad». Y ésta no es otra cosa que el envoltorio o hábitat del Capitalismo, que, ni mucho menos, consiste sólo en un sistema económico, habiendo cosificado el mundo entero, incluyendo las naciones y las personas, en mercancías. Así pues, el Capitalismo es también un sistema social, cultural y político, nacido en el seno de la Civilización Occidental, el cual, además de cambiar el resto del mundo, también ha transformado profundamente su «civilización madre» de forma que, hablando en propiedad, ésta ya no existe.

Pero el Sistema Capitalista ha recogido varios elementos de su civilización de origen y los ha reciclado para servirse de ellos como referencias, coberturas o sublimaciones simbólica-sentimentales. Actualmente constatamos una fase de «solidificación» totalitaria no sólo en la esfera política, militar, policial y judicial, tanto nacional como internacional, sino en las creencias, tanto populares como oficiales, que han alcanzado el rango neorreligioso. Ninguna organización puede esquivar esta situación que acompaña al Capitalismo globalitario: la cristalización neorreligiosa del pensamiento dominante, con una estructura dogmática que nadie puede cuestionar sin caer en anatema, y un deber de culto que no es posible ignorar bajo peligro de muerte civil. Aunque el movimiento «neocon» no es el único impulsor, lo identificamos como «núcleo duro» de la pseudorreligión social y oficial, producto de la conjunción liberal-democrática capitalista, a la vez agnóstica y tradicionalista, nihilista y absoluta, progresista y etnicista, individualista y totalitaria, igualitarista y supremacista.

Esta cristalización y reproducción neorreligiosa del Sistema tiene su plasmación en el plano mundial parapolítico donde decir «Comunidad Internacional» significa, exclusivamente, «conjunto de naciones creyentes demoliberales», y que, en la práctica, en el plano político-militar, coincide con la hiperhegemonía norteamericana y su corte de «países aliados». Pero ambos planos son ya identificados también con marcos etno-religiosos: naciones de «raza blanca» y de «raíces judeo-cristianas». Quien ha mezclado planos y metamorfoseado todos esos elementos que antes significaban cosas distintas o se distinguían entre sí (e, incluso, se oponían) y los ha fundido en un nuevo «todo parapolítico», ha sido, principalmente, el pensamiento neoconservador.

Los «sacerdotes» de la neorreligión demoliberal-capitalista progresista y tradicionalista disponen de predicadores (medios de difusión de masas), doctores (fundaciones, «tank thinks»,,,) y jerarquías (Davos, Bilderberg...). Pero, por mucho que alaben la transparencia y la democracia, tales jerarquías, doctores y predicares demoliberales no son elegidos por ninguna escuela, órgano, institución o comunidad electoral: son autoelegidos, o elegidos por la «Mano Invisible del mercado».

(b) El papel de la Unión Europea

Los países europeos fueron ocupados por aliados o por soviéticos al fin de la II Guerra Mundial, y desde la «Caída del Muro», sólo por la OTAN. El hecho de que unos estados como España o Portugal se sometieran al «Amigo Americano» sin ejércitos invasores (aunque España se hallaba en una situación de sometimiento por una fuerza «nacional» de ocupación) no esconde la circunstancia que tanto uno como otro lo hicieron como dictaduras de desarrollo sin gran consistencia política interior y con apoyos sociales cobardes, regímenes que temían lo que podían provocar los EEUU si no se sometían. Lo ocurrido en la transición española es revelador: el respaldo dado al Reino de Marruecos para ocupar el Sáhara occidental y el chantaje a los gobiernos de Suárez consistente en asistir a los separatismos si España no entraba en la OTAN, indica que los usacos ganaron otro «amigo y aliado» bajo presiones y amenazas. El PSOE no hizo otra cosa que comprar un seguro de poder local a cambio de confirmar la entrega de España a EEUU en el famoso referéndum de «OTAN de entrada no, y de salida tampoco».

Negar esta situación, que somos países ocupados por EEUU, es otra prueba de colaboracionismo con la potencia ocupante. Y no hay peor traición y cobardía que negarse a ver la ocupación de la propia nación ocupada, por conveniencia particular o por necedad general. En tal sentido podemos afirmar que los negacionistas de la Ocupación usaca no son, verdaderamente, ni españoles ni europeos, aunque puedan engalanarse nacionaleramente con los colores «patrios» tantas veces como se les ocurra (en general sólo cuando «van ganando») y se les llene la boca con los vocablos «España», «Europa» o «Libertad».

Los negacionistas podrán ser, en todo caso, «nativos» del país, la mayoría entroncados con linajes «de rancio abolengo», pero representan la peor especie en que pueden degenerar los hijos de cualquier nación: siervos del imperialismo ocupante que esconden su condición aparentando ser hombres libres. Así pues, es revelador comprobar no sólo el papel de las fuerzas liberal-conservadoras o socialdemócrátas «europeas», sino el carácter de los llamados «movimientos nacionales» europeos: panoplia de serviles antinacionales que abogan por mantener el sometimiento de Europa a la Alianza Atlántica.

La situación de la Ocupación Angloamericana de Europa es correlativa al hecho de que toda la Unión Europea se encuentra gestionada por oligarquías o cupulocracias crecidas al amparo del paraguas norteamericano, aunque provengan de antiguas nomenclaturas comunistas. Vemos que ambas realidades se encuentran estrechamente ligadas entre sí: control de las oligarquías locales y ocupación usaca. La democracia, en Europa, es una farsa montada por sus oligarquías, que, conscientes de su debilidad interna, se constituyen en diversas secciones, siglas o «familias internas» del Partido Americano en Europa. Cualquier cargo público europeo que no sea tonto sabe que, en última instancia, depende de EEUU para seguir gestionando el poder local, no del pueblo que aparentemente le «elige», y que la debilidad política y militar de las naciones europeas favorece el control y la justificación de las oligarquías. Pues desengancharse del sometimiento americano implica un suicidio para cualquier dirigente o grupo político europeo.

En síntesis: la Unión Europea es una mega estructura de poder geoeconómico -sin voluntad ni poder geopolítico alguno- compuesta por una panoplia decadente de Estados Nacionales ocupados por EEUU, identificados socio-políticamente con la ideología demoliberal, la nueva religiosidad del Occidente contemporáneo y su «monoteísmo de mercado». Es la «reserva espiritual» subalterna del Capitalismo globalitario, el pilar europeo de la Alianza Atlántica y el «espacio antropológico» más identificado históricamente con la burguesía occidental de masas. Y en la actualidad, no existe en el panorama político europeo ninguna izquierda consistente que luche por la transformación de la sociedad y la emancipación nacional ante el imperialismo y el capitalismo, y menos aún, «fuerza nacional» alguna que pretenda levantar un estado soberano, sino nacionalismos al servicio de la Reacción oligárquica y el imperialismo, promoviendo neofeudalismos e identitarismos para provocar confrontaciones inter-territoriales y «guerras étnicas», en definitiva, un mayor debilitamiento de las unidades políticas con posibilidades de ser soberanas. Hoy por hoy, en Europa no hay en marcha ninguna revolución, ni la preparación de un alzamiento, ni una rebelión, ni se les espera.

(c) El papel de las potencias emergentes

Sabemos que lo fundamental son los modelos ideológicos, políticos y socio-ecónomicos que se defienden. Pero también juega un papel importantísimo la relación de fuerzas entre los conjuntos geopolíticos. Si los propios voceros del Sistema lo hacen, asociando el «Mundo Libre» con el predominio mundial norteamericano y el mantenimiento del pelotón de sus satélites anglooceánicos y europeos (el resto de satélites, a excepción de los «tigres» del Asia Norte pacífica y, como no, del «superfavorito» Ente sionista, son despreciados sistemáticamente), es legítimo y oportuno establecer una relación entre el ascenso de otros polos de poder geopolítico y el cuestionamiento del «Orden» globalitario. Sabemos que lo más importante son los contenidos y no los continentes, pero si los apologistas liberalcapitalistas asocian el sostenimiento del Sistema con el mantenimiento de la subordinación geopolítica y «securística» de las naciones europeas, insular-peninsulares extremoorientales y otras naciones a los Estados Unidos, es lógico considerar que la ruptura de esas subordinaciones y la búsqueda e impulso de otros ejes geopolíticos puede ayudar, bastante, a la causa alternativa en Europa.

El fortalecimiento de ejes geopolíticos y espacios soberanos sólidos, en lo político, lo económico y lo militar, desligados de «Angloamérica» es, por tanto, una necesidad estratégica capital. O aún más: es una necesidad vital. Todo lo que se oponga al Enemigo globalitario (enemigo que tiene un asentamiento geopolítico, político-social, militar y mediático definido y concreto) no sólo merece la atención de los europeos que aspiramos a la libertad de nuestros pueblos, sino que exige nuestro apoyo aunque no nos identifiquemos con el contenido de su oposición. Entender esta ley y asumir sus implicaciones es cuestión de vida o muerte en la lucha, porque ésta es de carácter total y nos lo jugamos todo. El que no lo entienda así está jugando y favoreciendo al Adversario. Si los mismos defensores locales del Sistema globalitario se posicionan contra esos desafíos a la hiperhegemonía angloamericana y al dominio de sus protegidos «especiales», nosotros no sólo no podemos desentendernos de esos desafíos, sino apoyarlos decididamente.

(º1) La alternativa europea ante la reafirmación de la Federación Rusa

Observamos que el «Regreso de Rusia» y su reafirmación en el tablero mundial es un signo alentador. Alentador en general para el conjunto de las naciones de la Tierra, pues supone un contratiempo para ese «Nuevo Orden Mundial» unipolar manifestado en la II Guerra del Golfo, confirmado con el desplome de la Unión Soviética y reforzado tras septiembre de 2001, y alentador en particular para los europeos que quieran liberarse de las cadenas atlánticas.

En la medida que la Federación rusa se afirme, y asegure alianzas externas que ayuden a naciones menos poderosas a resistir con éxito las presiones brutales de la hiperhegemonía angloamericana-sionista, aumenta la posibilidad de percibirse, como una vía practicable y realista, la emancipación europea con respecto a los EEUU, a través del establecimiento de estrechos lazos con la potencia rusa. En este sentido, una aspiración nada irreal sería la proposición de un Eje Moscú-Berlín-París-Madrid-Roma. Somos conscientes que, actualmente, tanto Alemania como Francia, y no digamos España o Italia, se hallan bajo el dominio de una clase política que forma parte, entusiasta o moderada, del Partido Americano en Europa y, sobre todo, se encuentran influenciados por unos medios de manipulación de masas constituídos en «Prensa del Régimen de Ocupación». Pero la fuerza y el poder «convence» a muchos a reconocer situaciones o posibilidades que antes no se hubieran atrevido a reconocer o explorar.

La alternativa, por muy radical que sea de fondo (en realidad, si es verdaderamente radical es esta línea la que debe seguir) debe reconocer las circunstancias presentes y ofrecer al pueblo vías que sean posibles de recorrer. Lo grave es perder la coherencia y el sentido de los objetivos políticos, culturales y sociales que deben ser alcanzados: y el objetivo a medio plazo es desenganchar las naciones de la Unión Europea de la hiperhegemonía norteamericana, y para ello es necesario contar con una Rusia más fuerte y que consolide la reconstrucción de su espacio geopolítico y de influencia en los Balcanes, Europa Oriental, Cáucaso y Asia Central. Cierto es que la política exterior de la Federación rusa parece dar una de cal y otra de arena, pero nosotros ni vemos ni pretendemos decir que Rusia se haya convertido en un polo de lucha revolucionaria.

(º2) El ascenso de China continental, la Unión India, Brasil y Turquía

Otro signo alentador es la expansión económica significativa de cuatro naciones que, si bien siguen sosteniéndose, más o menos, como colaboradores de Estados Unidos (quien lo es en menor medida es China continental) cuentan con dirigencias políticas que vienen realizando movimientos que contravienen los planes de la hiperhegemonía. China continental se percibe como una potencia a la que EEUU debe tratar cuidadosamente pues no puede presionarla impunemente y necesita de su colaboración inmediata, aunque, a largo plazo, tiene previsto una confrontación abierta con ella. China continental, como Rusia, tampoco es una potencia que se decide por rechazar definitivamente los proyectos imperialistas de EEUU, dando «una cal y otra de arena». La China continental tampoco representa un polo de resistencia declarado, sino que mantiene una calculada ambigüedad de «competidor» frente a la hiperhegemonía.

Para la alternativa que aspira a liberar Europa, son los últimos movimientos de las emergentes Brasil y Turquía los que representan hechos más positivos. No sólo porque hasta hace pocos años se erigían como sólidos colaboradores de la hiperhegemonía usaca, Brasil en Sudamérica y Turquía en Oriente Próximo, sino porque una Europa liberada necesitará, ineludiblemente, entenderse con espacios políticos soberanos y económicos autocentrados en Iberoamerica y el Levante, y a este respecto, se están dando pasos en el buen camino. Brasil ha tomado posturas en Sudamérica y Centroamérica divergentes con los planes norteamericanos de desestabilización de países con gobiernos abiertamente adversos. Y tanto en relación con Palestina como con Irán y con Iraq, Turquía ha roto barreras existentes con las naciones árabes e Irán.

La causa de liberación de Europa necesita que Brasil y Turquía impulsen en sus respectivas partes del mundo políticas de integración política, económica y militar con vistas a la liberación definitiva de esos grandes espacios (Iberoamérica y Caribe, y Levante turco-árabe-persa) de la hiperhegemonía norteamericana-sionista. Si el objetivo en Iberoamérica es la constitución del eje Caracas-Quito-La Paz-Brasilia-Buenos Aires, en Levante el gran objetivo ha de ser la creación del eje Ankara-Teherán-Bagdad-Damasco. No sólo resulta necesario para la libertad de Europa, sino que resulta justo, pues no aspiramos a sacudirnos el imperialismo angloamericano para suplantarlo por otro nefasto imperialismo ante otros pueblos del mundo. Ese giro político emprendido por sus dirigentes respectivos, Lula y Erdogan, debe mantenerse con los dirigentes que van a sucederles.

(º3) El cuestionamiento declarado de las «naciones desafiantes»

Uno de los hechos que muestran hasta qué punto la Unión Europea sirve como entidad subalterna del imperialismo norteamericano, es la política que sus gobiernos (y sobre todo sus medios de difusión de masas) secundan con respecto a dos fenómenos concretos del mundo: los movimientos emergentes y con perspectiva de cambio en Iberoamérica y la República Islámica de Irán.

El motivo de tanta hostilidad manifiesta del amo americano y sus siervos europeos no es otro que tantos esos movimientos emergentes iberoamericanos como Irán, tienen la consistencia y la voluntad para sostener no sólo una desafiante política de soberanía y dignidad nacional frente al imperialismo en dos zonas significativas, Iberoamérica (considerado el «patio trasero» de EEUU) y Oriente Próximo (centro del «Viejo Mundo» y fuente de recursos energéticos), sino que promueven causas de resistencia ante la opresión y las agresiones directas o indirectas cometidas por los norteamericanos y sus protegidos «especiales».

En Iberoamérica la principal punta de lanza del imperialismo es la Colombia de la «Seguridad Democrática», el régimen más sanguinario de América con respecto a su propio pueblo, donde su oligarquía económico-político-paramilitar ha asesinado a varios miles de opositores. Sólo una parte de muertos son guerrilleros, pues la mayoría han sido sindicalistas, afiliados políticos y activistas campesinos, empleando a los paramilitares pero también al Ejército. Un régimen con el que se han alineado abiertamente los grandes medios de difusión españoles, tan democráticos y guardianes de los derechos humanos según pregonan.

En Oriente Próximo, son el ente sionista y el estado saudita las principales plataformas de la hi-perhegemonía. El primero es el principal ente racista del mundo, construido sobre el expolio, la destrucción y la deportación del pueblo que habitaba (y una parte sigue haciéndolo aunque emparedado y sometido a bloqueos y abusos diarios) el territorio que ocupa el sionismo. El segundo es un régimen de poder exclusivamente clánico y con la cobertura de una ideología puritana.

Tres ejemplos clasos de qué significan, en realidad, los famosos «valores occidentales», para qué sirven las no menos renombradas «libertades democráticas», y porqué se esgrimen los cacareados «derechos hu-manos», tanto en los EEUU como en la prensa del Régimen español que forma una piña en su hostilidad manifiesta hacia los movimientos emergentes iberoamericanos e Irán por «amenazar» la seguridad de tales protegidos de EEUU. Pese a las amenazas usacas y de sus protegidos, tales movimientos iberoamericanos e Irán (que acertadamente ha estrechado relaciones con algunos de ellos) mantienen su compromiso de seguir apoyando las causas de liberación.

Los motivos del inexcusable apoyo que cualquier europeo debe prestar a estas naciones desafiantes son tres:

En primer lugar, porque suponen un estímulo de voluntad política, dignidad nacional y capacidad de resistir las amenazas del criminal-imperialismo, para cualquier europeo bien nacido que aspire lo propio para sus naciones. Es evidente que los «nativos» de Europa que quieran seguir siendo subalternos de los «Amos del mundo» no pueden sentir más que una envidia insana y enojo ante quienes ponen en evidencia su patético estado de servidumbre.

En segundo lugar porque el mundo es un todo entrelazado e interdependiente, y en la actualidad esta más interrelacionado que nunca. Las políticas de las «naciones desafiantes» implican el desarrollo de unos conflictos contra el hiperhegemonismo americano, brazo político-militar del Enemigo globalitario. Por tanto, de forma indirecta, sus desafíos y los conflictos que mantienen con EEUU y sus criminales estados protegidos favorece a quienes no estamos jugando con disfraces o pseudorrebeliones, sino que pretendemos de verdad la liberación de Europa.

Y en tercer lugar, porque mayor número de españoles y europeos deben comprender que la situación en que nos hallamos se debe, en gran parte, a la fragmentación de las clases y naciones promovida por las plutocracias, que sí tienen elevada conciencia de «cuerpo». Éstas han propiciado el aislamiento de las gentes, logrando que las luchas sociales sean sectoriales, de forma que la mayoría tiende a desentenderse completamente de esas luchas, e, incluso, se posicione a favor de la injusticia establecida porque esas luchas les incomodan. De la misma forma que cualquier lucha social puede escapar del aislamiento federándose con otras luchas sociales, las luchas en las nacionales europeas sólo pueden ser serias si apoyan a todos aquellos estados y movimientos que cuestionen el Des-orden internacional y laminen el poder del Enemigo. Por ello es necesario denunciar todos los intentos de «desentendimiento» o «equidistancia» de los conflictos internacionales que sólo conducen al chauvinismo más abyecto y reaccionario.