miércoles, 18 de julio de 2012

¿Quién está detrás del proyecto de la Tercera Guerra Mundial?

por Geidar Dzhemal 

19 de mayo de 2012, www.odnako.org 

Uno de los temas más interesantes que preocupa, por igual, tanto a los analistas “políticamente correctos” oficiales, como a los “conspirólogos” marginales, es el de quién sale beneficiado del proceso político mundial. En otras palabras ¿quién gana, en última instancia, con la intriga histórica que se desarrolla ante nuestros propios ojos? O, formulándolo con más precisión: ¿quién tiene la “responsabilidad penal” de empujar la civilización contemporánea hacia el desastre, y quien, por lo tanto, está interesado en este desastre? 

A este respecto existen multitud de mitos muy extendidos; más, particularmente, sobre la familia Bush y la banda de los “neocones”, que se han convertido en el arquetipo de los criminales del siglo XXI. Ellos idearon y llevaron a cabo los más impresionantes crímenes políticos de nuestro tiempo. Ciertamente hay que hablar del 11 de septiembre, sobre cuya autoría ya sólo los observadores "más comprometidos" siguen defendiendo la versión oficial; el ataque contra Afganistán, que como se ha sabido, fue planeado antes del 11 de septiembre, debido a la negativa de los talibanes de permitir la construcción de un gasoducto a través de su territorio que arrancaba en el Mar Caspio; la invasión de Iraq, acompañada del descarado engaño de la “comunidad internacional”, muy pronto desmentido por los hechos; interminables delitos contra las personas, como los secuestros y encarcelamientos en las prisiones secretas de miles de personas en todo el mundo, así como la supresión de las últimas garantías de inviolabilidad personal para los propios ciudadanos de los Estados Unidos… etc. 

¿Pero en el nombre de qué objetivo cometían los “neocones”, encabezados por el presidente Bush (que a ratos, y con razón, despertaba las dudas acerca de su estado mental), todas estas acciones, sin duda delictivas? Su objetivo consistía en mantener y desarrollar un mundo unipolar a imitación del Imperio Romano en el período de su máximo esplendor militar-administrativo. Para los “neocones” el ideal consistía en el ultrapoderoso imperio nacional-patriótico, que elimina a todos los competidores potenciales, suprime cualquier oposición a su voluntad en todas las regiones del mundo y se impone como árbitro, como la última instancia que toma las decisiones finales. 

Semejante objetivo exige mantener muchas “guerras pequeñas”, que habían sido planeadas por la Administración Bush, hecho que está atestiguado por las múltiples filtraciones de los documentos secretos, y de las elaboraciones analíticas reveladas. La Casa Blanca republicana planeaba realizar ataques, como mínimo, contra siete países, entre los que, además de Iraq y Afganistán, figuraban Venezuela, Corea del Norte, Somalia, Sudán y Siria. El imperio no tuvo suficientes recursos, ni tiempo, ni apoyo de sus aliados. Sin embargo, hay que reconocer que todo este bandidaje internacional no nos lleva a la Tercera Guerra Mundial; aunque parezca paradójico, todo esto representa, más bien, un intento, mediante los métodos criminales, de evitar esa guerra mundial, es decir, perseguir el mismo gran objetivo a través de una serie de conflictos regionales. 

Guerra mundial implica el cambio del orden mundial, la sustitución del modelo tecnológico actual por otro, la transformación radical de la fachada política de la dirección de los asuntos mundiales. Es lo que sucedió después de la Primera Guerra mundial, y todavía más después de la Segunda… Pero si los “neocones” hubieran conseguido su objetivo de crear el Gran Oriente Próximo, liquidar los focos de resistencia a su voluntad en el sureste de Asia y América del Sur y neutralizar de raíz el antiamericanismo en Europa -según pensaban los estrategas de Bush- todo esto hubiera evitado la guerra total, pues hubiera eliminado los antecedentes para ella. 

Pues el superobjetivo del imperio americano es la eliminación de los centros de fuerza potenciales capaces de desafiar la hegemonía de Wáshington. 

Por otro lado, la comunidad internacional constata que, en esencia, los adversarios de Bush -los demócratas-, no se oponen a un cuadro multipolar de la organización mundial. Aunque se ha confiado, en diversas partes, darle voz a este cuadro multipolar: en primer lugar, a Rusia y a China, pero también a Irán, y a países de menor calibre como Venezuela y Cuba, con el asentimiento silencioso de los europeos que siguen pensando en clave nacional. Incluso aquellos europeos que optaron por Bruselas y la unidad europea, y ven en esta Unión Europea no simplemente la continuación de los EE.UU., sino algo así como el segundo polo del atlantismo… 

¡Pero si precisamente hasta ahora, y con toda lógica, la multipolaridad sirvió como base para los conflictos mundiales! 

Las condiciones tradicionales para desatar grandes guerras son, justamente, la ausencia del árbitro mundial y el precario equilibrio entre los centros de fuerza o de agrupaciones territoriales -como fueron la Entente o la Alianza Tripartita-. Recordemos que en los tiempos del esplendor de Roma, ésta mantenía -como sigue el ejemplo norteamericano actual- múltiples “pequeñas” guerras coloniales, por ejemplo en Galia, en Judea, contra los partos, etc. La última gran guerra que sostuvo Roma fue cuando ésta y Cartago eran dos centros equivalentes de la ecúmene mediterránea. Luego, con el derrumbe de la antigüedad policéntrica, la historia, de nuevo, transcurrió determinada por las guerras entre Bizancio y Persia -un sistema bipolar-, que recuerda la lucha entre el campo capitalista y el bando soviético en el siglo XX. 

¿Entonces es el Partido Demócrata de los EE.UU. el “manager” conspirológico que prepara la guerra mundial? En cierto sentido, con toda la agudeza del problema así formulado, habría que contestar: ¡”sí”! Pero únicamente debido a que el Partido Demócrata es, tan sólo, un instrumento subordinado de otra fuerza, que es totalmente la responsable de la futura guerra. 

El orden mundial de hoy se caracteriza por una aguda lucha entre dos tipos de burocracia. Por un lado están las burocracias nacionales, que intentan defender el viejo principio clásico del estado nacional, el principio de la soberanía nacional, el derecho internacional tradicional, cuyo principal sujeto es el gobierno nacional como un jugador independiente, que actúa en el escenario mundial en nombre del pueblo que “lo ha elegido”. 

La posición de estos actores soberanos empeora rápidamente porque, por otro lado, existe la burocracia internacional, que en actualidad tiene mucho más éxito. Ésta no depende del electorado nacional, ella misma inventa las reglas de juego internacionales, no se debe romper la cabeza con el presupuesto nacional, no rinde cuentas de sus gastos, no tiene delante a la desagradable oposición en forma de partidos políticos y políticos públicos, que continuamente cogen a los burócratas nacionales in fraganti en los casos de corrupción. Los mismos partidos políticos nacionales que acusan de corrupción al adversario interior no se atreven a levantar la voz contra la burocracia internacional. Se trata de las estructuras como el funcionariado corporativo de la Unión Europea (el famoso "Bruselas"), la ONU con todas sus ramificaciones, incluida UNESCO, y a continuación todas las filiales de las estructuras controladas de formato regional tipo Liga de los Estados Árabes… 

La particularidad de los EE.UU. consiste que en el momento actual su burocracia nacional está representada por el Partido republicano y los intereses de la burocracia internacional por el Partido Demócrata. La burocracia está estructurada de tal manera que como corporación necesariamente debe tener un dueño. No puede actuar como una fuerza independiente autónoma. 

La burocracia internacional no es una excepción. Por supuesto, está relacionada con las corporaciones multinacionales, así como con la delincuencia internacional y las estructuras mafiosas globales, formando, de esta manera, una especie de tríada: burocracia “legal”, estructuras financiero-industriales que están por encima de la ley, y organizaciones internacionales ilegales estructuradas como redes. A ello habría que añadir el cuarto elemento de apoyo: las organizaciones no gubernamentales -fondos internacionales de todo tipo-, donde se acumulan y “se lavan” los ingresos negros de las mafias y corporaciones. 

Todos estos componentes tienen un solo dueño -la simbiosis de los clericales y la vieja nobleza tradicional (o, como solían decir antaño, “aristocracia e iglesia”)-. En su día, la alianza mundial monárquico-clerical desató la Primera Guerra Mundial, aprovechando para ello las estructuras liberal-mercantiles y la democracia electoral como fachada con sus partidos políticos y demás elementos de la naciente “sociedad civil”. El objetivo secreto de aquella guerra consistía en la colosal movilización de los recursos humanos de los imperios de entonces, la creación del nuevo modelo tecnológico y el paso al gobierno mundial de los monarcas-parientes con la eliminación de las democracias parlamentarias, partidos, y también las ambiciones políticas del gran business como responsables de la matanza fratricida. 

Pero en aquella ocasión la situación se escapó del control, y en lugar de la eliminación de la fachada liberal de Occidente, la empresa terminó con la desaparición de varios grandes imperios -II Reich, Austro-Húngaro, Otomano y Ruso-. Pero independientemente de lo que piensa el hombre corriente idiotizado por los medios de comunicación liberales, la clase que mantenía el mundo bajo su control durante varios siglos, no se ha disuelto ni se ha convertido en los divertidos payasos que viven en la crónica de la alta sociedad. Precisamente este superclub, apoyándose en el sistema financiero-especulativo de la economía actual, que a su vez cuenta con la protección de la burocracia internacional, arruina y chantajea hoy un país tras otro, incluidos a algunos países europeos, y no de los últimos. 

Para completar el cuadro cabe añadir que los dueños de las burocracias nacionales a lo largo de la vida de las últimas generaciones fueron los liberales clásicos que, parecían, habían triunfado completamente después de 1945, con la llegada de los ocupantes norteamericanos al suelo europeo. No menos de veinte años tardaron las viejas élites tradicionales para recuperarse de aquel golpe, asestado conjuntamente por los EE.UU. y la URSS. Pues hacia 1970 el "Club Tradicionalista" pasó a la contraofensiva. Peldaños que marcaron la restauración del poder del “antiguo régimen” (como se referían a la monarquía en tiempos de los jacobinos) fueron la llegada a la política de los neoliberales-usureros, el movimiento de masas antiamericano en Europa, la derrota de los EE.UU. en Vietnam, la debacle de Nixon y el comienzo del fin del proyecto republicano, el programa de la creación en el territorio europeo de múltiples diásporas poscoloniales, el triunfo del movimiento ecologista y muchos más. Casi todo en este conjunto es hoy un material trillado. El "Club Tradicionalista" necesita ahora dos cataclismos sistemáticos: guerra mundial en Asia y la explosión social, con el posterior paso a la guerra civil controlada, en Occidente. 

Son las condiciones necesarias para el paso al orden mundial posconsumista, en el que la esclavitud informática y el exterminio biológico de la humanidad sobrante serán los elementos esenciales del Sistema.

(Traducción directa del ruso por Arturo Marián Llanos )